viernes, 22 de mayo de 2015

CICERÓN DESENMASCARA A MARCO ANTONIO

CICERÓN, cónsul de Roma, no sólo desenmascaró y anuló a Catilina, que conspiró contra la República, sino que, pasado el tiempo, desenmascaró las bajezas de Marco Antonio, el sucesor que tergiversó el testamento y la última voluntad de Julio César. (ver párrafo 25 de: http://todosobrelemuria.blogspot.com.es/2014/10/plutarco-vida-de-marco-antonio.html)

Pronunció Cicerón los discursos contra Marco Antonio. Estos discursos se conocen como "Filípicas", por comparación con los de Demóstenes contra el poder creciente de Filipo de Macedonia, que pretendía someter a Atenas y las ciudades estado de Grecia.

SEGUNDA FILÍPICA

La segunda Filípica es la supuesta réplica al discurso pronunciado por Marco Antonio ante el Senado el 19 de setiembre. Si Cicerón hubiera llegado a pronunciarla, puede asegurarse que su muerte se habría adelantado en varios meses. Por eso no fue pronunciada.

En ella se rechazan los supuestos favores recibidos de Marco Antonio, se le echan en cara sus asesinatos, falsificaciones, descortesía, hipocresía, incapacidad oratoria; se le acusa de mentir al atribuirle a Cicerón la instigación del asesinato de César, de acaparar herencias, de dilapidar su patrimonio y el ajeno, de degenerado, de falsear las disposiciones de César, de amoríos con una actriz de mimo, de quedarse con los bienes de Pompeyo, de cobarde, veleidoso, adulador, jugador, bebedor y ambicioso. Ante todos estos vicios palidecen sus pocas virtudes.

Extractos del discurso de Cicerón:

¿Diré, padres conscriptos, por qué destino mío ocurre que en estos últimos veinte años no haya tenido la República enemigo alguno que al mismo tiempo no me declare la guerra? No es necesario nombraros a ninguno, pues a todos los recordáis: su deplorable fin me vengó de ellos más aún de lo que yo deseaba.

Lo que me admira, Antonio, es que imitando tú sus hechos, no temas igual fin. Me maravillaba menos en los otros este proceder; ninguno de ellos había sido voluntariamente enemigo mío; a todos ataqué en defensa de la causa de la República. Tú, en cambio, a quien ni con una sola palabra he ofendido, mostrándote más audaz que L. Catilina y más furioso que P. Clodio, me provocaste con tus ofensas, como si creyeras que tu enemistad conmigo te había de servir de recomendación para con los malos ciudadanos.

¿Pude estar más templado cuando quejándome de ti me abstuve de toda invectiva, sobre todo habiendo disipado tú todos los bienes de la República; cuando en tu casa, como en vergonzoso mercado, todo se vendía; cuando confesabas que leyes jamás promulgadas las publicabas tú y en beneficio tuyo; cuando anulaste, siendo sacerdote augur, los auspicios; y siendo cónsul, anulaste la oposición tribunicia; cuando te rodeaba una chusma odiosa de hombres armados; cuando, consumidas y gastadas tus fuerzas por la embriaguez y la lujuria, profanabas a diario con los más torpes excesos la casa que siempre había sido de honestidad y de virtud (la de Cneo Pompeyo)?

No le trataré como cónsul ya que él no me ha tratado como consular; y en verdad él no es cónsul, ni por su género de vida, ni por su manera de gobernar la República, ni por la ilegalidad de su nombramiento, mientras yo sí soy consular sin que nadie lo dispute.

No gustó a Marco Antonio mi consulado.

¿Pero ha habido alguien que vitupere mi consulado fuera de ti y de P. Clodio, cuya suerte, como la de C. Curión, es la que te espera porque dentro de tu casa tienes lo que a ambos fue fatal?

Pero ¿a qué he de ir nombrando individualmente, cuando de tal modo satisfizo mi gestión al Senado en pleno, que ni uno solo de sus miembros dejó de darme las gracias, como si fuera a su padre, y no me atribuyese haber recibido de mí su vida, la de sus hijos, sus bienes y la República?

Antonio no se presenta hoy aquí... ¿Por qué? Porque está celebrando en sus jardines el natalicio de... No nombraré a nadie. Figuraos que es de un Formión, de un Guatón, de un Balión. Oh, ¡qué vergonzoso envilecimiento de los hombres; insufrible impudencia, liviandad y depravación! Tú, Antonio, teniendo a uno de los principales senadores y ciudadanos más esclarecidos por pariente muy cercano, no le consultas ningún asunto público, y prefieres consultarlo con miserables que nada suyo poseen y devoran lo que tú tienes.


Pero volvamos a los documentos atribuidos a César. ¿Qué comprobación hiciste de ellos? Cierto es que para asegurar la paz,  el Senado aprobó las disposiciones de César, pero sólo las que fueran de él, no las que Antonio supusiera que lo eran. ¿De dónde salen ahora tantas? ¿Con qué autoridad se promulgan? Si son falsas, ¿por qué se aprueban? Si verdaderas, ¿por qué se venden? Habíase acordado que desde el primero de junio, vosotros, los cónsules, con un consejo entendieseis de las disposiciones de César. ¿Cuál consejo fue éste? ¿Llegaste a convocar alguno? ¿Qué primero de junio esperaste? ¿Fue aquél en que, después de recorrer las colonias de los veteranos, volviste rodeado de gente armada? ¡Oh qué brillante viaje el que hiciste en los meses de abril y mayo, cuando intentaste llevar una colonia a Capua! Sabemos cómo saliste de dicha ciudad, o, mejor dicho, cómo casi no saliste.

Y ahora la amenazas: ¡ojalá vuelvas a intentarlo para que el “casi” desaparezca alguna vez! ¡Qué memorable se ha hecho este viaje tuyo! ¿Para qué he de hablar de la suntuosidad de los banquetes y de tu furiosa embriaguez? Estos excesos son en daño tuyo; aquéllos en el nuestro. Cuando se eximían de tributos las tierras de la Campania distribuidas a los soldados, juzgábamos que tales concesiones perjudicaban gravemente a la república, y tú has distribuido esas tierras entre tus compañeros de festines y juego.

TERCERA FILÍPICA


Le recrimina a Marco Antonio el asesinato de los centuriones de tres legiones que se le resistieron, amén de otras crueldades y excesos; rebate los insultos dirigidos por Marco Antonio contra Octavio y contra su propio sobrino Quinto Cicerón y le afea su ausencia en la convocatoria del Senado del 24 de noviembre y su vergonzosa huida tras la reunión del 28 del mismo mes, en la que repartió de forma precipitada e injusta los gobiernos provinciales. De paso, aprovecha Cicerón para acusarle de incapacidad manifiesta para elaborar decretos gramaticalmente comprensibles.


QUINTA FILÍPICA Extractos del discurso:

Por tales causas, esas leyes que se dice presentó Marco Antonio sostengo que han sido dadas por medio de la violencia y contra los sagrados auspicios, y que no son obligatorias para el pueblo romano.
...para que sean obligatorias es preciso presentarlas de nuevo después de consultar los auspicios. Aunque leyes buenas, tienen el vicio de ser debidas a la violencia, y no es posible considerarlas como tales leyes, debiendo rechazar nuestra autoridad la audacia de este insensato gladiador.

¿Cómo sufrir las dilapidaciones del Tesoro público, cuando se piensa que se ha apoderado ya de 700 millones de sestercios por medio de falsas órdenes de pago y de falsas donaciones, pareciendo prodigioso que tan gran cantidad de dinero, perteneciente al pueblo romano, haya desaparecido en tan breve tiempo? ¿Qué? ¿Es posible tolerar esas enormes ganancias con que ha enriquecido su casa Marco Antonio? Ha vendido falsos decretos, dando por dinero reinos, derechos de ciudadanía, privilegios, haciendo grabar las concesiones en bronce cuando recibía el precio.

El interior de su casa (no el Senado) era el mercado donde se negociaba todo lo perteneciente a la República, y su mujer, mucho más dichosa que los maridos que ha tenido, sacaba a subasta las provincias y los reinos, repatriaba a los desterrados, sin decreto que lo ordenase, pero como si lo hubiese.

Si la autoridad del Senado no anula tales hechos, no quedará a Roma ni la imagen de ciudad libre.

Marco Antonio publicaba también decretos falsos que se hacía pagar a precio de oro; ponía su sello por dinero; enviaba al Tesoro senatus consultos supuestos como si fuesen verdaderos, y de tales indignidades eran testigos las naciones extranjeras. Se firmaban tratados de federación, se daban reinos, se devolvía la independencia a pueblos y provincias, y las falsas tablas donde constaban tales cosas eran fijadas en el Capitolio ante el desconsolado pueblo romano. De este modo ha adquirido una sola casa (la de Marco Antonio) tan considerables riquezas, que, si se la pudiera obligar a restituirlas, no faltaría dinero en largo tiempo al pueblo romano. 

OCTAVA FILÍPICA


Pronunciada el 3 de febrero del 43 ante el Senado. Los embajadores enviados ante Marco Antonio regresan el primero de febrero a Roma, donde al día siguiente dan cuenta ante el Senado del desprecio de que habían sido objeto, de la insolencia de Antonio, de las condiciones que éste quería imponerles y, por tanto, dándole la razón a Cicerón en sus pronósticos.


DÉCIMA FILÍPICA (Fragmento)


"Con grandes esperanzas y casi con seguridad del éxito tomamos a nuestro cargo la causa de la independencia. Concedo, sin embargo, que los sucesos de la guerra son inciertos. Marte es inconstante; pero aun con peligro de la vida hay que combatir por la libertad. No; la vida no consiste en el aire que se respira, y es nula en el completamente siervo. Todas las naciones pueden sobrellevar la servidumbre; nuestra ciudad, no. La causa de ello es que aquéllas huyen del trabajo y del dolor y lo soportan todo por librarse de ellos, mientras nosotros hemos sido criados y educados por nuestros mayores de suerte que todos nuestros pensamientos y nuestros actos se relacionen con la virtud y la dignidad. Es un hecho tan feliz el de volver a ser libres, que ni la muerte debe esquivarse cuando se trata de recuperar la libertad. Si la inmortalidad se consiguiera ahora huyendo del peligro, preferible sería huir de ella, pues equivaldría a hacer eterna la servidumbre; y puesto que noche y día la muerte nos asedia y amenaza por todos lados, no es propio del hombre, y menos del romano, vacilar en restituir a la patria una vida que debe a la naturaleza"


DÉCIMOCUARTA FILÍPICA


La reunión del Senado tenía por objeto tratar de la situación a la vista de la carta enviada por el cónsul Hircio en que daba cuenta de la derrota de Marco Antonio junto a Módena. Tras la relación de los hechos, Servilio Isáurico propuso celebrar unos días de súplicas y que se levantase el estado de excepción. Cicerón en su discurso se opone a esta resolución insistiendo en la necesidad de liberar a Décimo Bruto, asediado en Módena, y de considerar a Marco Antonio como enemigo público del Estado; reclama, asimismo, honores para los generales vencedores y sus tropas, se lamenta de la envidia de los consulares hacia su persona y, tras hacer un elogio de los generales y de los soldados, acaba proponiendo que el Senado decrete cincuenta días de súplicas, la edificación de un monumento en honor de los muertos y la confirmación de las recompensas prometidas a los soldados, que se haría extensiva también a las familias de los difuntos. 


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