lunes, 9 de septiembre de 2019

PUEBLOS AMAZIGH

Las diferencias culturales del mundo amazigh, mal llamado beréber, en gran medida se han pasado por alto en países como Marruecos, Argelia, Mauritania, Túnez, Libia, Malí, Níger, etc., para uniformar todo bajo la impronta árabe e islámica.

Aunque la inmensa mayoría de la comunidad amazigh no tiene conciencia real ni de su ubicación, ni de su número, ni de su historia, desde hace décadas la identidad étnica se ha reflejado en la voluntad de autodenominarse amazigh (en plural imazighen), que significa hombres libres.


El norte de África es la cuna de los amazigh y está poblado desde la prehistoria. Las etnias
imazighen desarrollaron las culturas autóctonas del África del noroeste.

Imazighen son tanto un tuareg como un guanche de Canarias o un almohade, un almorávide, un zenata, un rifeño o un kabilio; tan pronto es rubio con ojos claros como de piel oscura o negra y pelo rizadísimo.

La realidad sociocultural amazigh se muestra fragmentada y dispersa, ubicándose históricamente en los actuales estados de Marruecos (en el Rif, el Atlas, el Sous), Argelia (Aurés, Kabilia, Mzab, Hoggar), Túnez (isla de Yerba, Matmata, Krumirie), Libia (en el djebel Nefussa, Tibesti), Egipto (oasis de Siwa), Malí (noreste), Níger (noroeste) e incluso Mauritania (tribus asentadas en las cercanías de Nouakchott), el Chad o Burkina Fasso. Así el sur del Magreb acabaría allí donde acaba la presencia de grupos de tradición amazigh, o sea, los grupos étnicos que hablan el tuareg. Estos pueblos son nómadas y la frontera cultural se mueve con ellos. Esto ha provocado conflictos con las administraciones de los países.


SIWA EN EGIPTO


A esta dispersión hay que añadirle la naturaleza variada y accidentada, pues los imazighen habitan las montañas del Atlas, la Kabilia o el Ahaggar, las playas del Mediterráneo, el desierto del Sahara. En este espacio geográfico han subsistido estas culturas autóctonas desde la prehistoria.

El medio ambiente y la geografía de la mitad norte de Africa ha conocido, en los últimos 100.000 años, importantísimos cambios: entre el 70.000 y el 12.000 a. de C., un período hiperárido; entre el 8.000 y el 5.000 a. de C., un período de clima amable, en que gran parte de este espacio norteafricano y sahariano comenzó a ser recorrido por grupos humanos, denominados aterienses, con cierto índice de sedentarización. Hacia el año 5.000, con el clima húmedo aparece la huella del hombre cazador, recolector, pescador, comedor de moluscos, y aparece la cerámica en el Air y el valle del Nilo Central o Sudanés; en cambio los capsianos del norte del Magreb aún no conocían la cerámica. Documenta la arqueología un patrón en la decoración de tipo ondulado, que se halla desde el Atlántico hasta el Nilo, incluyendo el Magreb; también se ha constatado la existencia de una industria de instrumentos de piedra.

Pero el episodio climático árido tras el neolítico (entre el 2500 y el 1000) acentúa la desertización del Sahara, aislando a muchos grupos étnicos en auténticos oasis culturales. Aprovechando períodos húmedos, pueblos amazigh se instalan en el Sahara central.

Las numerosas manifestaciones del arte rupestre manifiestan las formas de vida de la época y un complejo mundo simbólico. Quizá el caso más interesante sea el de los borregos tocados con un objeto esférico o calabaza en la cabeza, que algunos vinculan al Dios Amón, explicándolo por su pertenencia a un sustrato de mitos comunes de origen neolítico.

El sol es un elemento fundamental en la religión y creencias preislámicas de los Amazigh. Hay una hipótesis de que el dios-sol, de origen prehistórico sahariano, que entre los egipcios se llama Amon-Re, entre los guanches de Tenerife Achamón y entre los fenicios Ba’al Hammon influyó en el Mediterráneo, al parecer procede del interior de África. Es el Dios sol o Dios carnero con un sol entre los cuernos, de las estaciones rupestres del Atlas y macizos saharianos. El dios-carnero Ammon, dios tebano y posteriormente del antiguo Egipto, procedería de Siwa (núcleo amazigh de Egipto).

egipcios-de-la-antiguedad-en-el-sur.html

Así pues, todo parece indicar que el norte de África, al oeste del Nilo, en un territorio que englobaría gran parte del Sahara occidental y del Magreb actual, estuvo habitado desde la prehistoria por una serie de etnias con un sustrato cultural común.


Estos pueblos constituirían lo que se ha denominado área lingüística líbico-beréber; otros autores hablan de protoberéber. Tras este concepto se encontrarían nombres de pueblos de la antigüedad como Temehu y Libios entre Egipto y Libia, Nasamones y Psylles de Libia, Garamantes y Atarantes del Sahara, Gétulos y Númidas de Argelia y Túnez, los Guanches de las Islas Canarias, Zenetes, Mauros y Sanhadja entre Marruecos, Argelia y Malí, etc.

Se ha relacionado a los iberos con los bereberes del norte de África por medio de la comparación de las lenguas y de la arqueología. Los iberos son señalados por los antiguos en las islas británicas, en Irlanda (el pueblo Hiberno); en los tipos morenos de las comarcas del oeste de Inglaterra (que sorprendían ya a Tácito); en los iberos hispanos que en época de César entraban en la Galia por Aquitania, donde llegaron hasta el río Garona (ciudades ibéricas de Eliberre, Hungunverro, Calgurris, Elusa, Iluro, Tolosa, Carcaso) y hasta el Ródano; en los habitantes autóctonos (sicanos) de Italia y Sicilia; incluso se ha llegado a identificar a los vascos como reducto de herencia ibérica.

Por otra parte, la paulatina desertificación del Sahara fue aislando a muchos de estos grupos pastores en zonas de montañas o empujándolos hacia las periferias húmedas del norte y del sur, donde entran en contacto con otros pueblos e incluso se llegan a mestizar.

La iconografía egipcia del Imperio Nuevo alude a los “temehu” o “tehennu”, que se caracterizan por llevar coleta y tener tatuajes, los cuales eran agrupados en dos grupos básicos: los “libu” (que portan taparrabo) y los “meshwes” (que portaban una funda fálica). Estas fuentes egipcias ofrecen los datos históricos más antiguos sobre los amazigh.

El calendario amazigh comienza su historia desde el hecho de que la dinastía XXII de Egipto era un clan libio "meshwesh" que conquistó Egipto alrededor del año 935 a. C. y que Sheshonq I es el fundador de dicha dinastía.

Las primeras fuentes históricas (Herodoto, Estrabón, Plinio) hablan de tribus y pueblos como Amantes, Cinithi, Garamantes, Guzantes, Canarii, Libyophenices, etc. Herodoto mantenía que los antiguos libios (los asbites del Hoggar y el Tassili n’Ajjer) enseñaron a los griegos las ventajas de la cuadriga.

Tassili n’Ajjer
 Herodoto narra que los garamantes perseguían con carros de cuatro caballos a los negros etíopes y describió a aquellos pueblos líbicos, instalados entre la Cirenaica y el Sahara tunecino, también como expertos en la conducción de estos carros.

Los garamantes atravesaron el Sahara hasta el actual Níger con sus carros tirados por caballos. Existen numerosos testimonios de grabados y pinturas que representan estos carros, básicamente en estaciones de las montañas del Atlas (Marruecos), del Sahara occidental (Mauritania, Senegal) y de los macizos centrales del Sahara (Argelia, Malí, Níger y Libia). Una de las rutas de los carros de la prehistoria sahariana acababa en Ghana.

El geógrafo Estrabón situó en las tierras más meridionales de la antigua Libia a los Etíopes, inmediatamente después situaba a los Garamantes, Farusi y Nigrites; por encima de estos estaban los Getulos. Entre Egipto y la Cirenaica estaban los Marmaridi. Al oeste estaban los Mauros; y entre estos últimos y Cartago existían numerosos pueblos nómadas.

De modo que la zona de expansión de las rutas de carros de la antigüedad sahariana y la expansión de la lengua líbico-beréber coinciden en el espacio. Obviamente estos pueblos son los antepasados directos de los actuales imazighen.

La dispersión de estos elementos culturales por extensas zonas del continente permite hablar de flujos de comunicación interétnicos.

La extensión de las inscripciones líbicas y de tifinagh (el alfabeto amazigh) coinciden geográficamente con las más antiguas de carros tirados por dos o cuatro caballos.

La presencia de inscripciones en tifinagh se halla desde la península del Sinaí hasta las Islas Canarias y desde el Mediterráneo hasta orillas del Río Volta, en Burkina Faso. En ese sentido, gran parte de la toponimia del noroeste de África sólo se puede explicar recurriendo a las lenguas amazigh. Ahora bien, la datación exacta de la epigrafía en tifinagh es imposible de obtener actualmente y ello hace difícil que se puedan establecer periodos históricos fiables a partir del tifinagh. Actualmente, la letra ‘yaz’ del alfabeto representa al hombre libre y es el símbolo de la nación amazigh.



La existencia de rutas transaharianas neolíticas abonaría la tesis de la existencia de un sustrato étnico o cultural común. Se compartirían unos mismos elementos culturales que circulaban por las rutas transaharianas o que estaban muy arraigados en la zona.

Por otro lado, la presencia de fenicios, griegos, cartagineses, romanos, vándalos, bizantinos, etc. en el norte de África ha permitido tener noticias históricas de los pueblos Amazigh.

Tenemos noticias de grupos étnicos amazigh que convivieron y se mezclaron con fenicios y cartagineses o que se romanizaron; otros resistieron o se mantuvieron autónomos. Otras veces sirvieron de mercenarios en los más diversos ejércitos: egipcio, cartaginés, romano, árabe.

Hay que tener en cuenta que toda el África Mediterránea fue una tierra fértil y próspera que invitaba al asentamiento y la colonización, con una costa marítima apta para la pesca, el comercio y la navegación.

El nombre “beréber” es despectivo en su origen y ajeno al grupo étnico que alude. Es una variante de “bárbaro”, epíteto que los árabes (tomándolo de los latinos que lo habían heredado de los griegos) dieron a los pueblos camitas que se encontraban en el África noroccidental, la “Orilla de Occidente”.

Los historiadores latinos empezaron a llamar “afri”, “mauri”, “barbari” tanto a los ciudadanos de Cartago como a todas las cosas púnicas procedentes de Libia y a los pueblos norteafricanos rebeldes a la dominación romana.

En “La guerra de Yugurta” de Cayo Salustio, aparece una curiosa tipología de los pueblos imazighen que habitaban la zona, y relata un conflicto entre romanos e imazighen. De hecho Yugurta, Masinissa, Syfax y otros personajes están ligados a la historia de la Península Ibérica y la historia de la Roma republicana e imperial (emperador norteafricano Septimio Severo).

Los vándalos aparecieron en África en el año 439, pero el general Belisario reconquistó el norte de África, la antigua Libia, para el Imperio bizantino. Después el exarcado bizantino de Cartago fue disuelto con la irrupción de los musulmanes en el norte de África.

Los bizantinos son derrotados en el año 665 y el Islam se difunde, durante el siglo XI, hacia Sudán, en la sabana al sur del Sahara (Malí, Níger, Chad). Abu Bakr, almorávide (grupo étnico de origen amazigh), se hace con Ghana en el año 1076-1077 y los marroquíes invaden y destruyen el imperio Songhay en el año 1591.


Las más grandes dinastías amazigh, ya arabizadas e islamizadas, emigraron a España desde el 711. Los almohades y almorávides dominaron una parte de la Edad Media española. Dinastías como los ziríes y los meriníes llegaron a reinar y a colaborar en el reino de Granada, tan ligado al norte de África.

TAJIN

 A partir de entonces, el Islam se expandirá por la Amazigia de forma desigual a lo largo de los siglos, durante los cuales el sustrato cultural amazigh ha sufrido sensibles transformaciones. Sin embargo, bajo los distintos sedimentos culturales de origen arabo-musulmán, turco u occidental, se encuentran aún importantes vestigios del primigenio sustrato cultural afro-sahariano o protoamazigh. Ello se observa en supersticiones, motivos decorativos, danzas, instrumentos musicales, gastronomía (tajín, cuscús dulce…), vestimenta tradicional, telares, medicina popular, tradiciones, valores sociales, etc., visibles todavía.

Hay una danza tunecina beréber, tradicionalmente bailada en las bodas, donde las bailarinas llevan una "melia", una prenda larga abrochada por dos "khlal" (fíbulas, el ancestro del imperdible) y el "khulkhal" (grandes tobilleras), y con pañuelos invitan a los asistentes a la fiesta.

JÓVENES OULED NAYL


Las bailarinas argelinas de la tribu Ouled Nayl obedecían a una tradición ancestral que daba a las chicas jóvenes Ouled Nayl una libertad temporal. Esto ha sido investigado por Amel Tafsout. La tradición Nayli consistía en que las niñas aprendían la danza de sus madres: "la bailarina no camina, se desliza". La niña dejaba su pueblo natal en el inicio de la pubertad, hacía su camino a otros oasis, iniciaba una nueva vida durante el viaje, por sus bailes le pagaban con joyas y vivía la vida de una cortesana. Cuando ganaba lo suficiente, volvía a su casa, buscaba un marido, se casaba y ponía fin a su carrera profesional, pero transmitía el baile a su propia hija.


La tradición de esta danza desapareció hace unos cincuenta años, porque los franceses y los occidentales no sabían reconocer la diferencia entre la prostitución como profesión y la tradición argelina que es otra cosa diferente. Sin embargo, las bailarinas Ouled Nayl fascinaron a franceses y occidentales y fueron muy conocidas en todo el mundo a través de cuentos escritos por André Gide o Guy de Maupassant y de pinturas de Clarins, Fromentin, Dinet y gran número de tarjetas postales coloniales.

Kosayla y Kahina son dos "reinas" amazigh que han pasado a la historia por haber encabezado la lucha contra la invasión árabe. Lalla Fadhma también lideró la resistencia contra el colonialismo francés del siglo XIX.

LALLA FADHMA


BIBLIOGRAFÍA
Camps, (1980); Servier, (1985);  Cubillo (1985); Henri Hubert (1988); Bernabé López (1989); Paul Balta (1990); Bernabé López y otros (1993); Antoni Segura (1994); Cervelló (1995); Aida de la Fuente (2016)

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domingo, 9 de junio de 2019

EL PENSAMIENTO MÁGICO

El hombre del neolítico o de la protohistoria es el heredero de una larga tradición científica. La "paradoja neolítica" no admite más que una solución: la de que existen dos modos distintos de pensamiento científico, tanto el uno como el otro, una y otra función, no constituyen estadios desiguales de desarrollo del espíritu humano, sino dos niveles estratégicos por los que la naturaleza se deja abordar por el conocimiento científico: uno de ellos aproximativamente ajustado al de la percepción y la imaginación, y el otro, desplazado; como si las relaciones necesarias, que constituyen el objeto de toda ciencia, pudiesen alcanzarse por dos vías diferentes: una de ellas muy cercana a la intuición sensible y la otra más alejada.

Esta ciencia de lo concreto -que postula que los caracteres visibles de las plantas, animales, minerales, etc. son el signo de propiedades igualmente singulares, pero ocultas- no fue menos científica, y sus resultados no fueron menos reales. Obtenidos sus resultados 10.000 años antes que los resultados de las ciencias exactas naturales, siguen siendo el sustrato de nuestra civilización.

El pensamiento mágico forma un sistema bien articulado, independiente de ese otro sistema que constituirá la ciencia, salvo la analogía formal que los emparenta y que hace del primero una especie de expresión metafórica de la segunda. En vez de oponer magia y ciencia, sería mejor colocarlas paralelamente, como dos modos de conocimiento, desiguales en cuanto a los resultados teóricos y prácticos, pero no por la clase de operaciones mentales que ambos suponen, y que difieren menos en cuanto a la naturaleza que en función de las clases de los fenómenos a las que se aplican. (Claude Levi-Strauss, "La ciencia de lo concreto", El pensamiento salvaje, 1964)



Los ejemplos de los indígenas dogón de Sudán, los navajos, los hopi, los aymara de Bolivia, guaraníes de Argentina y Paraguay y otros que se pueden añadir testimonian a favor de un pensamiento entregado de lleno a todos los ejercicios de la reflexión intelectual, semejante al de los naturalistas y los herméticos de la antigüedad y del medievo: Galeno, Plinio, Hermes Trismegisto, Alberto Magno...  (Levi-Strauss, "Las clasificaciones totémicas", El pensamiento salvaje)

La precisión de los indígenas es tal, que se nos lamentamos de que todo etnólogo no sea también especialista en minerales, en plantas, animales, incluso en estrellas. "Conservar el recuerdo de los términos indígenas de la fauna de un país no es solamente un acto de piedad y de honestidad, sino también un deber científico." (Dennler, Physis, nº 16, Buenos Aires, 1939)

El sentimiento de unidad que experimenta el hawaiano respecto del aspecto viviente de los espíritus, los dioses y las personas en cuanto almas no puede describirse correctamente como una relación, y menos todavía con términos como los de simpatía, empatía, anormal, supranormal o neurótico, o de térmicos como místico o mágico. No es extrasensorial, puesto que es parte del orden de la sensibilidad, aunque en parte sea extraña a ésta. Corresponde a la conciencia normal.

Las facultades agudizadas de los indígenas hawaianos les permitían notar exactamente los caracteres genéricos de todas las especies vivas, terrestres y marinas, así como los cambios más sutiles de fenómenos naturales como los vientos, la luz, y los colores del tiempo, los rizos de las olas, las variaciones de la resaca, las corrientes acuáticas y aéreas. 
(Handy y Pukui, The Polynesian Society, 1958)

Los indios ojibwa de Canadá creen en un universo de seres que, si se llaman sobrenaturales, se falsea el pensamiento de los indios. Al igual que el hombre, esos seres pertenecen al orden natural del universo, puesto que se parecen al hombre en que están dotados de inteligencia y emoción. Y también como el hombre, son hombres o mujeres, y algunos pueden tener una familia. (D. Jennes, Bulletin of the Canada Department of Mines, Natural Museum of Canadanº 78, Ottawa, 1935)

Cuando un brujo-curador del este de Canadá recoge raíces, hojas o cortezas medicinales, no deja de conciliarse con el alma de la planta depositando al pie una ofrenda menuda de tabaco, pues está convencido de que, sin el concurso del alma, el cuerpo de la planta no tendría, por sí solo, eficacia. (D. Jennes, Transactions, Royal Society of Canada, Sección II, 1930)

Los indígenas de Canadá afirman: sabemos lo que hacen los animales, cuáles son las necesidades del castor, del oso, del salmón y de las demás criaturas, porque antaño los hombres se casaban con ellos y adquirieron ese saber de sus esposas animales... Los blancos han vivido poco tiempo en este país, y no conocen mayor cosa de los animales, nosotros estamos aquí desde hace miles de años y hace mucho tiempo que los propios animales nos han instruido (...) nuestros ancestros han transmitido estos conocimientos de generación en generación (D. Jennes, Bulletin 133, Bureau of American Ethnology, 1943)

La mujer de su casa, de campo, no tiene más amiga que sus ensueños, y no habla más que con sus animales o los árboles del bosque. Ellos le hablan, nosotros sabemos de qué. Ellos despiertan en su alma las cosas que le decía su madre, su abuela, cosas antiguas, que durante siglos han pasado de mujer a mujer: el inocente recuerdo de los espíritus del lugar, conmovedora religión de familia que carecía de fuerza cuando se vivía en ruidosa comunidad, que ahora vuelve y frecuenta la cabaña solitaria.

Esta mujer, toda inocencia, tiene un secreto, que nunca dice en la iglesia. Ella guarda en su corazón el recuerdo, la compasión por los dioses antiguos. A ellos les confía las cosas de la naturaleza. A pesar de la persecución del siglo V en una Europa en vías de cristianizarse, los campesinos paseaban en forma de pequeños muñecos de tela o de harina a los dioses Júpiter, Minerva, Venus, Diana. En el siglo VIII todavía se pasea a los dioses, se les hacen ofrendas, se consulta a los augures, y aunque la Sorbona en el siglo XIV condena aún los vestigios de paganismo, éste dura más siglos.

Los espíritus no son ingratos. Una mañana, cuando se despierta, sin haber hecho nada, lo encuentra todo hecho. Queda desconcertada, se santigua, pero no dice nada. El marido se va a la faena, y ella cree que tiene que haber sido un espíritu. A partir de ese día, nota al espíritu por la casa, es como un niño, a veces le roza el vestido. Si va al establo, allí está él. En el fuego, si va al hogar. Pero también es ligero, audaz, demasiado observador, indiscreto, curioso. Su voz amable, sin burla, expresa el placer que ha experimentado al sorprender a su púdica dueña. Cuando ella se enfada, el muy pillo le dice: “no, querida bonita, no te enfades”. Cuando ella se lo dice al marido, éste no le da importancia. El duende se gana la simpatía del marido, le cuida los útiles, le trabaja el jardín y se esconde en la chimenea detrás del niño y el gato. 
(J. Michelet, La bruja)

Leyenda del Barabao

El Barabao es un massariol o duende de Venecia, parlanchín y gracioso. Le fascinan las mujeres. Le gusta convertirse en un hilo, deslizarse entre sus pechos y entonces gritar triunfante: “¡soy un tocón de tetas!, ¡soy un tocón de tetas!”. Cuando la mujer mira hacia abajo para ver de dónde sale la voz, el Barabao ya se ha ido y está haciendo observaciones más impertinentes desde el otro pecho.



A veces se convierte en niño abandonado, una familia lo acoge en su casa, y en ausencia del marido, la mujer hasta le da el pecho al Barabao, precisamente lo que más le gusta al elfo de Venecia, pero cuando el marido vuelve, sale corriendo alocadamente: “¡incluso me dio leche! ¡Ja, ja, ja! ¡La muy tonta no sabe quién soy!” 



La curiosidad del Barabao no tiene límites. Se cuela por el ojo de la cerradura de los dormitorios y levanta las mantas para espiar a los amantes. Ni siquiera los gondoleros escapan de sus bromas. Una tradición veneciana dice que se convierte en humano y luego se niega a pagar por el paseo en góndola diciendo: “carobole, carobole, doman le pagheró”. Se escapa corriendo y a
plaudiendo. (Nancy Arrowsmith, A Field Guide to the Little People)




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lunes, 11 de febrero de 2019

RECUERDOS DE ATLÁNTIDA: CANARIAS (2)


 Los guanches eran un pueblo de pastores guerreros que perduró hasta la segunda mitad del siglo XII. Vivían en poblados situados en barrancos, y sus casas eran cuevas formadas por el terreno volcánico de la isla o bien construcciones de piedra sin argamasa cubiertas con un techo de troncos y ramas o cuevas excavadas. Los hombres agrícolas preparaban la tierra con arados de cuerno de cabra.

La vida de los guanches está rodeada de misterios sin resolver. Es probable que las mujeres en los silos se encargaran de conservarlos y mantenerlos. Las mujeres también recolectaban distintos frutos y plantas silvestres y sembraban el grano. Las mujeres elaboraban los “gánigos”, vasijas de barro, de cualquier tamaño, de formas ovoide o redonda, con o sin asas. Las decoraban con punzón y haciendo figuras geométricas, líneas o símbolos solares.



 
Los jefes de cada poblado tenían las paredes cubiertas con planchas de madera sobre las que se hacían decoraciones. Las paredes de las casas del pueblo se decoraban con pinturas geométricas.


La alimentación incluía el “gofio”, harina de grano tostado que tomaban mezclada con leche o como guarnición en algunos platos, y la leche, el queso, la manteca, por lo que el ganado tenía cierta importancia. No consumían demasiada carne, salvo en fechas señaladas en que preparaban corderos, cabritos, cerdos e incluso perros, y curaban y trabajaban las pieles de ovejas y cabras con útiles de piedra y de hueso para coserlas después.
 
Pero esta aparente riqueza pertenecía al Mencey, cabeza del poblado guanche, quien distribuía los bienes y aportaba todo lo necesario para los festejos y reuniones, que celebraban en círculos de piedras donde se sentaban los personajes más importantes.



Los cronistas de la época (como fray Alonso de Espinosa) decían haber visto dos estatuas de piedra que representaban una al dios padre, y la otra a la diosa madre que es una con el dios padre. Para los guanches, el dios supremo estaba representado por el Sol, y por una diosa madre, principio conservador de la vida, que fue rápidamente identificada con la Virgen María.
 
El guanche Antón, prisionero de los españoles, convertido al cristianismo, volvió a la isla y cristianizó la aparición de una Dama a unos pastores en una cueva donde además había luces en movimiento en determinadas fechas. Los conquistadores castellanos encontraron una imagen de nuestra Señora de la Candelaria introducida por el guanche Antón y adorada por los guanches en una cueva de Tenerife.


Había vírgenes llamadas Maguas, Harimaguadas o Harimaguas que habitaban en las grandes cuevas, llevaban vida de clausura, guardaban continencia, se dedicaban a la oración, a las danzas sagradas con plegarias a Dios, la enseñanza, a reformar a los delincuentes que tenían asilo en sus recintos. Sólo en las grandes calamidades les era permitido salir en procesión con palmas y ramas en las manos y se dirigían al mar para azotarlo simbólicamente. Podían casarse siempre que lo consintiera el Mencey, el soberano. Entre estas vestales canarias, las sacerdotisas aztecas, las vírgenes incaicas del Sol, hay ciertas semejanzas (Menéndez Pelayo).

Las vestales canarias eran también las encargadas de bautizar a los recién nacidos. La ceremonia de purificación por el agua (fray Alonso de Espinosa, 1594) revela una gran semejanza con el sacramento del bautismo cristiano: fray Alonso cuenta que, cuando alguna criatura nacía, llamaban a una mujer que tenía bautizar por oficio y que echaba agua sobre la cabeza de la criatura y contraía parentesco con los padres.


Había hombres, los “faicanes”, “faysages” o sumos sacerdotes (Marín y Cubas, 1694) que los españoles encontraron al llegar a las islas y que subsistieron hasta mucho tiempo después. Vivían en clausura a modo religioso, vestían con pieles y ropas hasta el talón, observaban rectas y elevadas costumbres, adivinaban el porvenir, sabían de memoria las historias de sus antepasados, contaban consejas de los Montes Claros de Atlante en metáfora de palomas, águilas, e iban como maestros a enseñar a los jóvenes.

Por otro lado, los guanches ofrecían culto a Guayota, una deidad del mal, que los cristianos identificaron con el diablo, que vivía en el Teide. El dios no era amado, aunque sí respetado y temido. La tradición dice que de noche adoptaba la forma de un perro solitario y lanudo que vagaba por la isla. Un encuentro con un perro salvaje podía ser dañino para el ganado.


DRAGO
Los guanches ofrecían culto a divinidades en diferentes localizaciones naturales, depositaban ofrendas en cuevas y orificios naturales. Los lugares sagrados eran montañas o “roques” que sostenían en equilibrio el cielo y la tierra. Se veneraban con cultos solares ciertos roques, como el Aguayro, el Bentayga o el Nublo. Al árbol autóctono, el drago, de propiedades curativas, los guanches tenían por genio protector.


 BENTAYGA

Había grandes ceremonias en la sociedad guanche:

Proclamación del nuevo Mencey, en que se sacaba un hueso del antecesor más antiguo de la dinastía para que el Mencey proclamado lo besara; después, el hueso se volvía a guardar, cuidadosamente envuelto en finas pieles. Cada tribu guanche guardaba en el “tagoror” un hueso del más antiguo rey de cada linaje y sobre él pronunciaba la fórmula “agoñe jacoron yñatzahaña chacoñamet” (‘juro por el hueso de aquel día en que te hiciste grande’).

El rito de la lluvia, practicado en épocas de sequía. Todo el pueblo ayunaba, se suprimían todas las celebraciones, se hacía una romería hasta un lugar alto llevando el ganado, pero sin las crías. Las crías empezaban a balar, y los guanches gritaban y lloraban pensando que sus lamentos, oídos en el cielo, harían que los dioses se apiadaran y enviaran la lluvia.

Fiesta de Año nuevo que, según su calendario lunar, era hacia finales de abril, momento de las fiestas de primavera, con bailes, comidas y competiciones deportivas.


Fiesta de la Cosecha. La gran fiesta del año, entre julio y agosto, que entrañaba el cese de cualquier guerra y el establecimiento de una tregua sagrada que facilitaba el encuentro para celebrar juegos, banquetes y bailes. Había desafíos de levantamiento de piedras, competiciones de arado, lucha cuerpo a cuerpo (lucha canaria).

CUEVA DE LOS CANDILES
  Fiesta de fecundidad. Por las imágenes talladas en piedra, diosas desnudas con los atributos sexuales exagerados, y la simbología de la Cueva de los Candiles en Artenara (Gran Canaria) había ciertos rituales de fecundidad. En el norte de África, hay semejanzas con el ídolo de Tin Hinar en Hoggar, las estatuillas en Guerede (Tibesti), los dioses preislámicos de Kanniani en Mali, los ritos celebrados en Marruecos (Fez, Safron, Taza, Oudja, Qued, Seoura) hasta 1933.

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miércoles, 30 de enero de 2019

RECUERDOS DE ATLÁNTIDA: CANARIAS





Los guanches constituyen una de las claves fundamentales de la realidad de los atlantes, sobre todo cuando resulta difícil situar el momento en que se poblaron las islas Canarias.

La insularidad de Canarias actúa no sólo como factor retardatario y conservador sino como creador de auténticos “islotes culturales”. Los aborígenes canarios, de filiación beréber, al parecer no mantenían contacto entre ellos mismos, formaban grupos diferentes, pero se les otorga en general el nombre de guanches. Sin embargo, la influencia africana y los préstamos directos o derivados del mundo mediterráneo constituyen las bases materiales de unas culturas que empezarán a diferenciarse y a asumir procesos independientes y autónomos.

A los insulares de Canarias les decía su memoria que ellos eran los únicos sobrevivientes de un mundo que había desaparecido, pero del que ellos se habían librado refugiándose en los montes más altos. Su nombre, “guanche”, significa ‘hombre solo’, que se refiere al hombre aislado en los montes después del desastre de la Atlántida, pero también hombre que, según sus tradiciones, por el mar esperaría una luz para percibir y entender. Los “guañamenes” hablaban de gentes blancas que llegarían a las islas sobre grandes pájaros para enseñorearse de ellas.
 
En las islas quedan bastantes vestigios que hacen suponer la coexistencia de razas de nivel cultural muy diferente. Por tanto, hay diferentes fases antropológicas reunidas en las islas Canarias. En Lanzarote se recordaba la tumba de un atlante que medía 22 pies de estatura y se llamaba Mahán. Otras tumbas de gigantes (o de atlantes) han aparecido en la aldea de san Nicolás (Gran Canaria), en el término de Tejeda, en Temiras y en otros pueblos isleños. La capacidad craneana de las momias guanches casi nunca baja de 1900 cm3, cifra superior a las más altas que se conocen.

 

Algunas jarras desenterradas tienen motivos idénticos a los que adornan la cerámica egipcia expuesta en el Louvre. En la cueva palmeña de Belmaco y en la de Los Letreros de Hierro hay jeroglíficos semejantes a los egipcios.
 
Los geógrafos árabes (Masudi, Abraham el Himiarita, Al-Idrisi) también hablaron de las islas Canarias, como seis “islas perennes”, con hombres de alta estatura, de un color rojizo y atezado, de cabellos largos, y mujeres de notable belleza.

 
Cuenta la tradición que, cuando los españoles llegaron a las islas Canarias, y Juan de Bethancourt se disponía a tomar por las armas el sitio en nombre de Enrique III de Castilla, apenas encontraron resistencia entre los aborígenes. Dos sacerdotisas venidas del Cielo, una llamada Tabianin, y otra llamada Tamonante, su hija, profetizaron que del mar vendrían unas gentes que les explicarían lo que habrían de hacer.

 
Cuando los españoles llegaron, los insulares vivían con los métodos y conocimientos del neolítico. Habitaban en cuevas, decoradas con pinturas geométricas y con formas humanas. Su alfarería era muy rudimentaria. Pero su estructura social estaba bien organizada en tribus encabezadas por un jefe o caudillo que en cada isla recibía un nombre (”guanarteme” en Gran Canaria) y que transmitía el poder de forma hereditaria. También había un consejo o “sabor” donde doce nobles eran consejeros de la guerra. La momificación fue general en Tenerife, pero en Gran Canaria estaba reservada a los nobles. Su escritura queda aún en inscripciones y grabados en piedra que certifican el origen beréber y la influencia cartaginesa.

 
En Gáldar, una de las dos capitales aborígenes de la isla de Gran Canaria, está la necrópolis localizada en 1934 por unos pescadores (Pepo Saz Paz, 2015). Al visitar la necrópolis, vemos varias dependencias aborígenes, el gran panteón de los “guanartemes”.

 
En la isla de Gran Canaria se observa la existencia de una primera Cultura de las Cuevas, en la que se practica la momificación de los difuntos protegiéndolos con tejidos de fibra vegetal. Los guanches tuvieron un elaborado culto a los muertos: practicaban el rito de embalsamar a los difuntos. Por eso en sus necrópolis se observa orden, respeto y veneración hacia la muerte. Los embalsamadores guanches, igual que los ministros inferiores de la momificación en Egipto, no tenían trato ni conversación con persona alguna, ni nadie se atrevía a llegarse a ellos, porque los tenían por contaminados e inmundos.


CUEVA PINTADA. GÁLDAR

Una cultura posterior denominada Cultura de la Cueva Pintada está representada por hipogeos decorados con figuras geométricas, como la Cueva Pintada de Gáldar, y por ricas cerámicas con motivos lineales en rojo, así como idolillos zoomorfos y antropomorfos en terracota. La Cueva Pintada ha sido convertida en museo y parque arqueológico con uno de los mejores testimonios del arte aborigen canario: frisos con motivos geométricos pintados en rojo, negro y blanco, y el lugar permite conocer la vida de la princesa Arminda, antes y después de la conquista castellana.
 
Por último, se desarrolla la Cultura de los Túmulos del que es un buen ejemplo el Túmulo de la Guancha en Gáldar. Las piezas funerarias, utensilios y momias embalsamadas encontrados se conservan y exhiben en el Museo Canario de Las Palmas.


MAIPES

Hacia el interior de la isla de Gran Canaria, Agaete resulta importante por la cantidad de yacimientos arqueológicos: parque arqueológico del Maipes, la mayor necrópolis autóctona de Gran Canaria; Cuevas de Vizvique; habitaciones del barranco del Juncal; recinto de El Candil; enterramientos del Roque Partido.

CENOBIO DE VALERÓN

En un desvío de Santa María de Guía, vamos al Cenobio guanche de Valerón. Los cenobios canarios eran graneros colectivos excavados en la roca en lugares de difícil acceso que servían de protección natural contra posibles saqueos por parte de animales y pueblos enemigos. Suelen estar situados en lugares secos y expuestos al sol para almacenar y proteger el grano de la humedad, las cosechas agrícolas y ganaderas (carne, queso, miel, resina forestal). La entrada constituye un paso estrecho deliberadamente para defender el conjunto.


El cenobio de Valerón, situado en la Montaña del Gallego, al norte de la isla de Gran Canaria, quizá sea el mayor exponente de estos depósitos fortificados (Juan van der Eynde, 2003). Aprovechando las ventajas de una cubierta natural ya dada por el terreno, los antiguos pobladores canarios excavaron en el interior alrededor de 300 cámaras o silos y algunos habitáculos que hacían las veces de depósitos; en ellos se detectan las huellas de las tapas usadas para aislar el grano. En las paredes se conservan grabados de agradecimiento, altorrelieves sobre costumbres y apuntes contables de los productos almacenados. En la parte alta del mismo se mantiene intacto un “tagoror” (estancia cubierta) de grandes dimensiones, donde se reunía el consejo de gobierno y justicia, presidido por un “guanarteme”.
 
Según la creencia popular, además del grano, en los cenobios se encerraba a las doncellas, que esperaban hasta el momento de su matrimonio.


MONTAÑA DE LAS CUATRO PUERTAS





Pasada Telde, la otra capital aborigen canaria, se halla la montaña de las Cuatro Puertas, un lugar sagrado para los guanches. En la parte alta del monte hay cuatro entradas por las que se accede a una estancia, tallada en piedra, de grandes dimensiones, y en cuya cima una plataforma indica el lugar de las ceremonias. Los guanches creían en un solo dios supremo, un dios del Cielo, llamado Acoran en Gran Canaria, Achihuran en Tenerife, Eraoranhan en El Hierro, Abora en La Palma. En el este de la montaña, una escalera labrada en roca volcánica nos permite acceder a las habitaciones y graneros, conocidos como los Pilares de los Guanartemes.

SELLO DE PINTADERA


En la montaña de las Cuatro Puertas aparecieron las famosas pintaderas o piezas de barro cocido con mango circular, triangular o rectangular y relieves geométricos en su cara inferior. Los símbolos trazados en ellas son alegorías de la matriz humana o mapas dinámicos del firmamento (Sánchez Dragó, 1978). Imágenes semejantes se han encontrado en la cueva budista de Saptapana, en las pirámides del Nilo, en los yacimientos mejicanos de Chicomozoc y Pacaritambo, en los nuragh de Cerdeña y en los megalitos de las islas Baleares, en los Andes y en Guatemala. Con estas pintaderas, cree Mario Roso de Luna, el Mencey marcaba en el adepto los grados esotéricos, correspondientes a las iniciaciones recibidas, según la rectitud de pensamientos, sentimientos y acciones.
 
Más al sur, cerca de Agüimes nos adentramos en un lugar mítico, el barranco de Guyadeque, un cañón con paredes verticales de hasta 400 metros de altura.


GUYADEQUE

Y en dirección a Arinaga, se llega al barrio de los Corralillos. Desde aquí vemos el majestuoso roque Aguayro, con varios yacimientos arqueológicos, y de gran devoción para los canarios, y el barranco de Balos, donde se encuentra un conjunto notable de grabados rupestres: pinturas con figuras humanas estilizadas y con formas de letras similares a las ancestrales de Libia.

BALOS


2º parte. Continúa en:

recuerdos-de-atlantida-canarias-2 
 

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