miércoles, 5 de octubre de 2016

LOS DRUIDAS EN EL CINE

Artículo aparecido en el libro Valle-Inclán y la filosofía de los druidas (editorial Devenir, Madrid, 2012) y en la revista Alhucema. Revista internacional de teatro y literatura (nº34, enero-junio 2016, Albolote, Granada).Consiste en el comentario de las películas:

The war lord (El señor de la guerra), dirigida por Franklin Schaffner
The wicker man (El hombre de mimbre), dirigida por Robin Hardy
Excalibur, dirigida por John Boorman
Highlander (Los inmortales), dirigida por Russell Mulcahy
Sword of the Valiant, dirigida por Stephen Weeks
The sword in the stone, dirigida por Wolfgang Reitherman
Las nieblas de Avalon, dirigida por Uli Edel
King Arthur, dirigida por Antoine Fuqua
Los amores de Celadón y Astrea, dirigida por Eric Rohmer

Puede haber más películas interesantes, pero estas pueden servir como referencia de esa filosofía desconocida de los druidas, pero implícita en la herencia de los países célticos, desde Irlanda hasta la Turquía de los Gálatas, desde Portugal y Galicia hasta Ucrania.

Lamentablemente, en la actualidad, cuando se quiere recuperar el druidismo, termina todo tergiversado por mala voluntad y por falta de un conocimiento correcto. El resultado son las cosas pintorescas, mezcladas, incoherentes, fantoches degenerados, estupideces de Halloween.

Aquí sólo hablamos de unas tres películas:




En 1974 aparece The Wicker Man (El hombre de mimbre), dirigida por Robin Hardy, con guión de Anthony Shaffer, basado en la novela Ritual de David Pinner. La acción transcurre en Escocia, espléndidamente fotografiada por Harry Waxman.


Contrastan en el filme las creencias fuertemente cristianas de un policía puritano que investiga la desaparición de una niña con las convicciones druídicas del pueblo de la isla donde hace la pesquisa. Los detalles simbólicos, las costumbres, las festividades se centran en el día primero de mayo, donde se manifiestan los ritos de fecundidad y de las cosechas.

Hay toda una filosofía y modo de vivir de acuerdo con la naturaleza y los dioses (el dios Sol) que la gobiernan. Hasta los niños son educados en esa filosofía (transmigración, elementales de los árboles, culto fálico de mayo, adoración del fuego, simulacros de muerte...)

Lord Summerisle es el representante cívico-religioso de toda la isla, donde no hay sacerdotes. En realidad, parece mantener un experimento socio-económico basado en la explotación agrícola favorecida por la situación climática, y respaldado todo ello por una firme convicción ancestral de que las divinidades de los elementos naturales hacen posible ese milagro de fertilidad.

El policía se verá sin apoyos entre la población; tampoco entenderá a los isleños. Sin embargo, su afán por descubrir la verdad le hará meterse por dentro en la procesión ritual del uno de mayo, donde también hay una representación simbólica de “muerte psicológica” (decapitar defectos morales) al pasar por el hueco que hay entre las espadas de seis jóvenes.

Las calabazas huecas con una luminaria dentro de la fiesta de Halloween no son más que la forma actual de un ritual antiguo, en que las cabezas eran de madera, de metal, de piedra, e incluso de carne y hueso, como atestiguan los santuarios del sur de Francia y de Inglaterra y los historiadores Diodoro de Sicilia y Estrabón.

Los galos cortaban la cabeza de sus enemigos vencidos, clavaban estos trofeos en las puertas de sus casas y las colgaban de sus caballos, y se jactaban de las cantidades de dinero que ofrecían las familias de los vencidos paras rescatarlas. En la cabeza residía lo que se llamaba “la Luz del Héroe”, el Alma, el centro mismo del ser humano. Para los celtas, no eran sólo un botín de guerra, sino que significaba poseer física y psicológicamente al enemigo y protegerse contra los poderes mágicos que ellas tenían.

Sin embargo, para los Druidas, auténticos civilizadores, la decapitación el enemigo era algo más bien metafísico. El verdadero guerrero, iniciado en los misterios, tenía que pasar la frontera psíquica para entrar en el terreno del propio subconsciente, seguir la pista a una personificación de un defecto moral suyo, sin compartir sus necedades, y, comprendiendo su vanidad, decapitarla para adueñarse de la Luz de la Conciencia prisionera dentro.

La fiesta de Halloween es, pues, de origen céltico y está adaptada y relacionada con las fiestas cristianas que la hacen perdurar: “Todos los Difuntos”, o sea, los difuntos esotéricos que murieron en sus defectos psíquicos (orgullo, codicia, odio...) y “Todos los Santos”, o sea, los que se han santificado con la “muerte psíquica” y con el Fuego del Espíritu Santo (Belenos de los celtas).

En la película es sorprendente el hecho de la abundancia de canciones. Hay que saberlas escuchar, son significativas. Al fin, se descubre el propósito del Lord, interpretado por Cristopher Lee, y el pueblo, con disfraces animalescos (especialmente ciervos). Hacen un sacrificio utilizando fuego y lo hacen como testimoniaron Lucano, César, Estrabón acerca de los celtas de la antigüedad.



En esta película dirigida por John Boorman (1981), y basada en La Morte d’Arthur de Sir Thomas Malory, el señor Merlin, el druida, examina a Morgana, aprendiza de la magia natural. “Has aprendido algo de nuestras artes”, dice él, y vuelve a preguntarle si ella tiene clarividencia y lee el futuro.

Estos y otros poderes -tan traídos y llevados hasta el absurdo en muchas series actuales de televisión- constituyen, para un Druida auténtico, un psiquismo inferior, incluso un lastre para avanzar espiritualmente, porque es necesario ser más profundos y alcanzar cotas más altas, el discernimiento total, la Supraconciencia. En efecto, en algunas escenas se muestra Merlin como un maestro despierto del budismo zen, con actitudes desconcertantes, cómicas, misteriosas.

“Soledad y sacrificio, ésa es la vida de un mago. El poder y el goce sólo son momentos efímeros”, le dice Merlin a Morgana. Cuando ella le ofrece su compañía, su ayuda, su disposición a aprender, él evade la respuesta diciendo que su mundo, el de los druidas, se termina. “Los espíritus del bosque y de la niebla guardan silencio”.

Es la hora del hombre, la de Arturo, que debe por sí solo ser rey. Le ha aconsejado a Arturo que, aunque el reino parezca en paz y en abundancia, el mal se esconde donde menos se espera, y que hay que vigilar las cámaras ocultas de la mente. Los druidas eran auténticos psicólogos y observadores morales, ayudaban a los reyes, juzgaban los pleitos de los vecinos de una tribu.

Merlin ya se ha encargado de instruir a Arturo -incluso en los misterios de la espada, cómo surge ésta del Agua primordial (la Dama del Lago)- y ha vigilado su destino desde su concepción maternal. Aunque conoce la relación de Ginebra y Lanzarote, cura al moribundo Lanzarote por mandato del rey, pero siente ganas de irse a los otros mundos que lo esperan. Se siente gastado de haber estado demasiado tiempo mezclado en los asuntos humanos y ayudando a los hombres. Durante la película Merlin aparece cuando es necesario y desaparece varias veces como si pasara de una dimensión a otra, domina el hiperespacio.

Pero llega el momento de su desaparición definitiva, y va al lugar de donde le vienen los poderes: la cueva del Dragón, donde se unen los opuestos, el presente y el futuro. El Dragón representa el fuego astral escondido en toda la naturaleza.

Pociones y mezquindades de hechicera, esa es la degeneración, es lo que hacía Morgana antes de acompañar a Merlin a la gruta. Ella se hace con el poder taumatúrgico de Merlin y le dice con afrenta: “no eres hombre ni dios”. Después se transforma en una bruja. Ni ella ni su hijo son aceptados por el rey (que simboliza el espíritu divino).

Ella, su hijo Mordred y los caballeros fracasados representan simbólicamente los obstáculos del iniciado (Arturo) que quiere realizar la Gran Obra Alquímica que se sintetiza en un lema repetido: una Tierra, una Espada, un Rey.

En su soledad ante el combate, Arturo llama a Merlin. “Tu fe me ha hecho venir. Vuelvo por amistad al reino donde estás ahora, al reino de los sueños”. El Druida está latente en los mundos internos, y no -como cree el vulgo y la misma Morgana-, sin vigor, sino como espíritu libre, fuerte e inteligente, que puede ser pesadilla de los malvados. Así engaña a la vanidosa Morgana para que pierda su poder de madre, de reina y de bruja.





La película Highlander (Los inmortales), del director Russell Mulcahy, y con guión de Gregory Widen, tuvo tanto éxito, que se hicieron varias secuelas fílmicas y una serie de televisión. Posee un carácter épico que remonta a la antigua Escocia, tierra céltica, y desarrolla una acción cuya base es la concepción druídica de la “muerte psicológica” que consiste, como hemos dicho antes, en la voluntaria negación y aniquilación de los errores morales y mentales.

El recto sentido metafísico ha sido desvirtuado por algo que, desgraciadamente, hoy prolifera en la cinematografía, esto es, una fantasía procedente del mundo del “cómic” y de los videojuegos, que mezcla verdades arquetípicas de la conciencia con fantasías y aberraciones incoherentes del subconsciente.

Highlander presenta a los Inmortales como Hombres superiores que viven entre los hombres corrientes. Pero hay Inmortales que son buenos y otros que son malos, que se enfrentan entre sí porque sólo puede quedar uno. Esto es una presentación sólo eficaz narrativamente para crear unos antagonismos y alianzas, dramáticos, y efectos visuales para atraer al espectador.

El recto sentido consiste en que el aspirante a la Inmortalidad no necesita matar a nadie de fuera, sino que debe decapitar dentro de sí mismo las personificaciones de los defectos psicológicos y morales que son la causa de los problemas personales y de la contradictoria personalidad humana.

El aspirante quiere llegar a la Unidad del Ser, y debe pasar por desintegrar los defectos y recuperar todas las partes luminosas de la Conciencia aprisionadas en los defectos. Es un proceso interno de transformación, una alquimia: las energías psíquicas liberadas son traspasadas del defecto decapitado a la Conciencia. Eso es lo correcto: no apropiarse de energías ajenas, sino transformar y refinar las propias para llevarlas a lo trascendente que hay dentro de uno mismo.

Entre las capacidades de los Inmortales hay algunas que sobresalen, como curar, hablar varias lenguas por inspiración, tener una espada de fuego espiritual que se manifiesta físicamente y vivir eternamente en diferentes épocas y lugares, incluso en dimensiones paralelas. Todo esto es muy sugestivo para presentarlo dramáticamente.

El mismo tema de la “decapitación” simbólica, ambientado en época artúrica, y otros elementos dramáticos de gran simbolismo iniciático conducen al joven Gawain, a través de un itinerario misterioso, a cierta madurez espiritual en el hermoso filme Sword of the Valiant (1984), con el actor Sean Connery.


Más reciente es la titulada King Arthur (2004), dirigida por Antoine Fuqua, con guión de David Franzoni. En ella aparece Merlin como un hombre del bosque, que se entera de los pasos del noble Arturo, y llega a presentarse misteriosamente ante él para enseñarle (y para guiarle, a través de la guerrera Ginebra) puesto que sólo con una alianza de los romanos que quedan y de los celtas bretones pueden hacer frente con eficacia al enemigo sajón. Leadbeater afirma: “El rey Arturo, a veces tomado como héroe imaginario, fue un gobernante muy real, muy amado y muy sagaz".

http://www.devenir.es/catalogo/devenir-el-otro/valle-inclan-y-la-filosofia-de-los-druidas

Del autor   arteenhungria

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