viernes, 25 de marzo de 2016

PREVALENCIA LITERARIA DE ANTONIO ENRIQUE

Antonio Enrique terminó de escribir la novela en agosto de 1996, y se publicó, por decisión del editor, sólo una parte en el 2000 como EL DISCÍPULO AMADO en la editorial Seix Barral. Después el autor granadino publicó en 2009 la otra parte, titulada EL HOMBRE DE TIERRA, y que constituye la otra mitad de EL DISCÍPULO AMADO. Es una lástima que para leer la novela íntegra, tal como fue escrita, con capítulos alternos de EL DISCÍPULO AMADO y de EL HOMBRE DE TIERRA, haya que recurrir a dos libros editados en editoriales y fechas diferentes. Parece que los editores no se arriesgan y van a lo seguro... monetariamente.
Antonio Enrique tiene la honestidad de poner al frente de EL DISCÍPULO AMADO los libros y los autores en los que se inspira para escribir EL DISCÍPULO AMADO. Son Rafael Hereza y Manuel García Viñó.

Cuando apareció EL CÓDIGO DA VINCI de Dan Brown, la gente cayó masivamente fascinada ante la novela y la subsiguiente película, pero aquí en España teníamos ya la novela de Antonio Enrique que refería el asunto sin sensacionalismos. Por eso digo que aquí en España encuentro muchos libros de interés. Sin desdenes ni ignorancias, no necesito novelones dictados por la moda de las grandes editoriales o por autores extranjeros.
Narrativamente se presenta el libro EL DISCÍPULO AMADO como si el discípulo amado hablara y recordara con sentimiento a su padre Jeshuá, a su madre Myrhiam de Magdala, a los discípulos de Jeshuá, y todos los acontecimientos bíblicos (aunque no participara plenamente en ellos). Al pie de la cruz de la crucifixión se le revela a Juan ser el hijo de María Magdalena. Todo esto es recordado poco antes de redactar, con ayuda de un joven escribano, el libro de las Revelaciones en el destierro de la isla de Patmos.

La novela EL HOMBRE DE TIERRA de Antonio Enrique narra la búsqueda de un anónimo investigador de la verdad que hace libre. Además, se perfilan claramente el personaje de María Rosa, con quien establece una confiada amistad que le permite a ella reprocharle: «lees demasiados libros»; el personaje del sacerdote asignado para ayudar al viajero; y el propio obispo, «el hombre de tierra», enfermo, postergado por la jerarquía eclesiástica, que escucha e intima con el viajero investigador, a tal punto que acepta el encargo de publicar las conclusiones de éste junto con un último capítulo escrito por el obispo.


La ciudad de Tumba (trasunto de Guadix), sus paisajes, los enclaves que la rodean, las fuerzas telúricas, el clima conducen al viajero a contemplaciones y reflexiones, y conforman el marco de sus estados de ánimo. Las descripciones de ambiente y los apuntes de gestos, actitudes, silencios e intenciones de los interlocutores sirven de distensión intelectual de los diálogos densos, que tratan cuestiones muy profundas y documentadas

Empieza el viajero por indagar en la vida de san Torcuato y el comienzo del cristianismo en España, pero la intrigante iglesia de María Magdalena de la ciudad le hace cambiar de rumbo sus pesquisas hacia la identidad del «discípulo amado»: llamado Juan Marcos, quien escribió el libro de las Revelaciones o Apocalipsis y el cuarto evangelio; no es Juan el apóstol, es hijo de María Magdalena, es el fundamento del cristianismo de los misterios gnósticos (frente al dogmatismo católico), equidista de Pedro y de Pablo, enfatiza el amor activo, trascendente de Cristo, sufre soledad en Patmos, es venerado por su longevidad o inmortalidad profetizada por Jesús, es como un príncipe culto cuyo nombre y origen no se conoce, fue el joven del cántaro de agua que prepararía la sala de la Última Cena, es el que está bajo la cruz con «la madre» María Magdalena, y de los primeros en enterarse y creer en la resurrección de Jesús.
Es verdad que Juan Marcos era gnóstico y conocía la doctrina hermética de los egipcios. A este respecto Antonio Enrique da algunas reflexiones válidas: Jesús puso su voluntad humana en cumplir su misión entre los hombres y provocaba los acontecimientos conforme un plan preconcebido, una representación didáctica y dramática, de acuerdo con parámetros cósmicos, que incluía la "presunta" traición de Judas (a ojos de los profanos), el ajusticiamiento, crucifixión y resurrección.
Juan Marcos adopta toda la idea egipcia del Verbo y de la iniciación, tal como se ve en el Cuarto Evangelio, donde cada capítulo corresponde con las enseñanzas de cada uno de los arcanos mayores del Tarot de Hermes-Thot.
El capítulo uno del cuarto evangelio, al hablar de la Unidad del Hijo con el Padre y de los «comienzos» de la misión de Jesús, con el arcano uno.
El capítulo dos, al hablar de la «Casa de Dios» como lugar de oración y de la mediación de María, con el arcano dos.
El capítulo tres, sobre el segundo nacimiento del agua y del Espíritu, con el arcano tres.
El capítulo cuatro, al hablar de la adoración del Padre en espíritu y en verdad, con el arcano cuatro.
El quinto, al hablar de que el Hijo tiene capacidad de juzgar, con el arcano cinco.
El capítulo sexto habla de que muchos discípulos se retiran de la compañía y de la fe en Jesús, y se corresponde con el arcano seis, la indecisión.
El capítulo séptimo, donde Jesús dice que busca la gloria de quien lo ha enviado, se corresponde con el arcano siete, el triunfo.
El capítulo octavo, donde Jesús habla de permanecer en su palabra, se corresponde con el arcano ocho, la paciencia.
En el capítulo nueve, un ciego defiende con fe y a solas a Jesús frente las injurias fariseas y recibe el don de ver, y hay correspondencia perfecta con el arcano nueve.
El capítulo diez, que revela a Jesús como el que da la vida voluntariamente y la vuelve a tomar, con el arcano diez.
El capítulo once, con el arcano once, el poder de la oración y el amor. Aquí Dios concede a Jesús agradecido lo que pide, el poder de resucitar a Lázaro (cuyo trance más parece «despertar» después de un proceso iniciático, como apunta Antonio Enrique).
El capítulo doce, se corresponde con el arcano doce, el apostolado: «si el grano de trigo, caído en tierra, no muere, queda solo; pero, si muere, produce mucho fruto.»
El capítulo trece, donde Jesús parece –lavando los pies a sus discípulos– un simple servidor, despojado de todo poder divino, y da el mandamiento del amor, con el arcano trece, la inmortalidad.

El capítulo catorce, con el arcano catorce, la templanza: "no se inquiete vuestro corazón», «la paz que os doy Yo no es como la que da el mundo».
El capítulo quince, con la pasión, arcano quince, pues alude a los perseguidores de los discípulos y, por otra parte, «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador».
El arcano dieciséis, la torre fulminada, se percibe en el espíritu abatido de los discípulos de Jesús, que será reconfortado en la verdad y la alegría, como dice el capítulo dieciséis.
El capítulo diecisiete, donde el Hijo se encomienda a sí mismo al Padre y, con alcance universal, a los discípulos al Padre, se corresponde con el arcano de la Esperanza, el diecisiete.
El capítulo dieciocho, con el arcano del crepúsculo, el dieciocho, con los traidores y los que se excusan o niegan conocer a Jesús: Judas, Anás, Caifás, Pilatos, Pedro apóstol.
El capítulo diecinueve, con el arcano diecinueve, la alianza: Jesús crucificado confía a la madre María Magdalena al discípulo predilecto, su hijo Juan Marcos. Antonio Enrique advierte en este punto la decisiva aportación esclarecedora del teólogo Rafael Hereza.
El capítulo veinte, donde primero María Magdalena–en intimidad con Jesús–, y luego Pedro y el discípulo amado ven el sepulcro vacío, con el arcano veinte, la resurrección.
El capítulo veintiuno se corresponde con los arcanos veintiuno, la trasmutación, cuando Pedro afirma tres veces amar a Jesús, y con el arcano veintidós, el retorno, cuando los discípulos unidos comen con Jesús pan y pescado.
Otro gran punto de interés es que el protagonismo de María Magdalena crece en los evangelios según avanza el desenlace de la vida mesiánica de Jesús. La veneración a María Magdalena, testimoniada narrativamente por Antonio Enrique, y de las vírgenes negras encubre la veneración a Afrodita, Astarté, Isis.
La Iglesia, sin embargo, ha querido anular el papel espiritual de la mujer y mostró a María Magdalena con rasgos de otros personajes femeninos de la época (adulterio, prostitución, pecado), olvidando que representa la inteligencia femenina para discernir los misterios de Dios (como se revela en los escritos gnósticos), así como el poder del amor y del arrepentimiento sincero. Con esto, se quería hacer más fuerte el poder jerárquico, quitar el sacerdocio femenino y el matrimonio de los prelados para hacerlos sumisos. Pero dice la gnosis que los que no saben ver en la mujer a Dios-Madre no podrán reconciliarse con el Espíritu Santo. La gnosis da iguales derechos, por gracia divina, a los hombres y a las mujeres de poder alcanzar las cotas más altas de la espiritualidad independientemente del sexo que se tenga.

La sangre de Jesús –dice Antonio Enrique– no está en los poderosos ni en los gobernantes merovingios ni actuales. Si estos llevasen Su sangre en las venas, el mundo sería ahora diferente, mucho más humano, más respetuoso. Desvelar la identidad del Discípulo Amado es una señal de que estamos en el fin de un tiempo, aunque haya mucha confusión y mucha maldad.

En la novela EL HOMBRE DE TIERRA, publicada por Padaya Editores en Guadix, Antonio Enrique incide en que en ningún Estado moderno hay libertad, sino inducción premeditada de comportamientos colectivos, y que el fundamento del Estado es, paradójicamente, hacer apología de lo que no existe. La libertad, por tanto, la debe conquistar cada individuo porque nadie se la va a conceder.
Antonio Enrique fue uno de los padres de la movida llamada "Poesía y Literatura de la Diferencia" de los años de 1990 contra la España, que aún perdura, de la cultura literaria subvencionada y manipulada de muchos intereses políticos e ideológicos.
Animamos a los lectores a buscar esa literatura diferente, que no es la de las grandes editoriales, y esa literatura española y granadina que está esperando ser descubierta por gente con ganas de profundizar más allá de los escaparates.

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