martes, 27 de octubre de 2015

ANIBAL BARUCK, EL RAYO DE CARTAGO

Cuando uno lee la novela histórica Aníbal, el rayo de Cartago de Laura Fernández Montesinos, se da cuenta de que el pueblo y el senado romanos han sido de lo más bruto e insensible que ha dado la historia.

Los sacerdotes romanos clamaron por el castigo de los que se habían mostrado irrespetuosos con los dioses en el campo de batalla y afirmaron que las derrotas romanas frente a Aníbal se debían a la impiedad del pueblo y del senado romanos, pero los de la aristocracia no hicieron caso a las advertencias de que debían mirar más por los dioses. Emplearon más hombres como soldados, se mostraron más crueles con las poblaciones itálicas primero, con las ibéricas después, que habían apoyado o podían apoyar al general cartaginés. Se encargaron de hacer desaparecer los textos históricos de los eruditos griegos Sósilo y Sileno, que escribieron una biografía famosa sobre la gesta de Hannibal Baruck.

Y, además, falsificaron la versión más fiel de éstos y la sustituyeron por versiones romanas; así tergiversaron muchos hechos y detalles sobre la ciudad y civilización de Kartadasht (Cartago) y sobre el mismo Aníbal, para desprestigiarlos, lo cual ha tenido negativas repercusiones para los estudiosos de la historia, hasta que investigadores como Yozan Mosig, Abdelaziz Belkhodja e Imene Belhassen han llegado a conclusiones que clarifican el aluvión de absurdos y de incoherencias de los escritores romanos. Por ejemplo, atribuir sacrificios de niños fue una falsedad malintencionada de los romanos; la batalla de Zama de la llamada "Tercera Guerra Púnica" no fue más que una invención escrita para salvar el honor romano humillado por Aníbal.

La autora utiliza en los primeros capítulos el referente del Año Olímpico para fechar los acontecimientos.

Aníbal con nueve años acompañó a su padre Amílcar a Iberia, pero antes juró en una ceremonia de un templo de Byrsa no ser nunca sujeto por los romanos.

"Lo juro, padre. Por todos los dioses; por los que rigen las fuerzas de la naturaleza y nuestra vida; por Tanit, Diosa madre; (...) por Elisa, señora de Cartago; por todos nuestros antepasados, desde los fenicios hasta los cartagineses, que defenderé mi patria de cualquiera que pretenda dañarla. De cualquiera que sea su enemigo".

Pero Tito Livio, historiador al servicio del poder romano, modificó este juramento por el de un odio eterno contra Roma.

En la vida adulta de Aníbal, cuando ya entra en escena como general nombrado por el senado cartaginés, destaca la importancia de las alianzas establecidas (en Cástulo) con los pueblos ibéricos y, en especial, el matrimonio con la ibérica Himilce. Por este motivo, la novela da amplia vida a los personajes ibéricos decisivos para los avances del general cartaginés. Dibuja novelescamente y bien sus costumbres (como la "covada"), sus hogares, su vida política y religiosa, sus enterramientos, sus tradiciones míticas, su orfebrería. La familia de Aníbal, los Baruck, no sólo fueron buenos generales, sino también hombres de paz y diplomacia, destacados artífices de urbanismo por allí donde pasaron. Como pone de relieve Laura Montesinos, los cartagineses no oprimían cruelmente a los pueblos conquistados, sino que trataban de hacerlos sus aliados.

Se hace manifiesta la prepotencia, la impiedad, la provocación, las promesas pérfidas de los legados romanos a propósito de la ciudad de Arse (Sagunto), a los que responde Aníbal: "creo que Roma ya ha abusado bastante de nosotros". La novelista narra la "odisea púnica", la gran marcha de Aníbal, Magón, Maharbal, Hannón hacia los montes Pirineos y hacia los Alpes para llegar a Italia por el norte.




La novelista imprime un cambio de voz narradora cuando un personaje, el íbero Itirbas, cuenta a Himilce (y al lector) la travesía y las victorias de Aníbal sobre los romanos en el río Ticinus y en el río Trebia. Esto hace que los galos del norte de Italia se unan al gran general de Cartago. Se suceden las victorias cartaginesas.

El Senado, los sacerdotes, el pueblo de Roma se estremecen con consternación por los avances de Aníbal en Italia. La victoria de Cannas supone un momento glorioso para el general cartaginés. Con ella la mayor parte de la población itálica se pronuncia a favor de Aníbal, y se hace famoso en todos los pueblos del mar Mediterráneo. Al pretender tomar Roma, Maharbal es el contrapunto de Aníbal. Éste continuamente se resiste al consejo de su amigo.

Encontramos las mejores páginas de la novela de Laura Montesinos en los coloquios. Su estilo se desenvuelve mejor en ellos, ya sean diálogos íntimos y jocosos, ya sean negociaciones formales (tratados de Estado, embajadas) o negociaciones informales (en los mercados). También sabe introducir con naturalidad los personajes ficticios entre los históricos y crear una trama de conspiraciones e intereses encontrados, que no sólo son políticos, sino también amorosos (el amor de Thoba y Makaré). Llega un momento en que uno, intrigado, sigue leyendo la novela al margen del transcurso del tiempo.

Aníbal demostró su maestría estratégica en los años posteriores al triunfo de Cannas, aunque estuviera en condiciones cada vez más difíciles.

Es verdad que con esta novela, escrita con rigor documental y con entusiasmo por el personaje, se recupera la figura histórica de Aníbal, nunca derrotado, quien durante lustros humilló a los romanos en cada ocasión en que se enfrentó a ellos. El historiador Eduard Meyer lo caracterizó así: Hannibal no se proponía conquistar el mundo, sino oponerse a tiempo al establecimiento de la soberanía universal de Roma, para el mantenimiento del sistema político existente hasta entonces. Representa un concepto diferente del hombre y de la sociedad, un concepto de otra época.

Cartago, fundada en el siglo IX a. J. C. por gentes fenicias de Tiro, heredó la experiencia de navegación y comercio de su metrópoli. Los fenicios, igual que los etruscos (o tirsenos), los sumerios, los vascos; igual que los que repoblaron Egipto (después de unas grandes inundaciones) y los que edificaron Stonehenge no fueron más que ramificaciones de los akadios atlantes que emigraron en tiempos muy remotos desde su cuna en la isla de Cerdeña, según dice W. Scott-Elliot en su libro Historia de los atlantes. La raza akadia atlante hizo grandes adelantos en la Astronomía y en la Astrología, debido a su afición a la navegación y al comercio. Una peculiaridad suya, de la que Esparta es el único ejemplo en tiempos históricos, fue el gobierno simultáneo de dos reyes en una misma ciudad-estado.

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