domingo, 30 de noviembre de 2014

LOS EGIPCIOS DE LA ANTIGÜEDAD EN EL SUR DE ESPAÑA

En su libro “Tartesos”, el historiador Jorge Alonso señala que es de dominio común la diferencia de rasgos psíquicos entre las poblaciones del sur y del norte de la península ibérica. Es algo muy antiguo y se ha mantenido a lo largo de todas las épocas, antes de la presencia árabe.

Parece probable que, hacia el año 2200 antes de Cristo, los “buscadores de metales” de procedencia desconocida que entraron por el suroeste de nuestra península fueron los antecesores tartésicos. El historiador Flavio Adriano dice que Tartesos fue una fundación egipcia. Además, está documentado: estuvieron en el área andaluza, en recintos amurallados, con cementerios. Para Jorge Alonso los “metalúrgicos” pudieron ser egipcios, o “etíopes”, como fueron llamados posteriormente por los turdetanos en sus leyendas más remotas. Existen rastros arqueológicos e históricos que prueban unas fortísimas y continuadas relaciones del sur peninsular con Egipto.

La tradición de que los egipcios o etiopes, como solía llamárseles, conquistaron España aparece en testimonios clásicos (Escimno, Salustio): los etíopes se extendieron antaño hasta Eritrea (las islas de la desembocadura del Guadalquivir) y después de la muerte del Hércules egipcio en España, su ejército pasó de España a África. El Hércules a quien se daba culto en Cádiz, en Santi Petri, era el egipcio. El Heracles o Hércules egipcio “avanzó contra la cercana Eritrea cuando capturó a Gerión y las vacas” (Filostrato). Existía en Egipto una ciudad con el nombre Heracleopolis, que traía su denominación del famoso héroe Heracles. Según la mitología, Gerión tenía una hija, Eritea, que engendrará con Hermes, otro dios egipcio, a Norax, el rey tartésico que llevó a cabo la colonización de Cerdeña (la cultura nuragh de las “tumbas de los gigantes” y otros enclaves megalíticos). Las Columnas de Hércules se llamaron a veces el paso de Hermes. Y, antes de la llegada de éste, habían pertenecido a los Libios.
Dos nombres geográficos están significativamente en Egipto y en Tartesos: los habitantes más cercanos del Mar Rojo (Eritreo) son los egipcios, no los fenicios, y las islas Eritreas, sede de los Tartesos frente a la bahía de Cádiz, son otra prueba del origen de sus pobladores. El “monte Kassio” de Tartesos tiene su correlativo en Egipto, donde separa la nación egipcia de la siria y se sitúa en el atajo más breve entre el mar Mediterráneo y el Eritreo, según el historiador Herodoto.
Entre los reyes míticos de España se encuentra Busiris, el opresor de los atlantes, hijo de Neptuno y Libia. En el delta del Nilo una ciudad se llamó también Busiris (la actual Bahabeis). El lago Ligustino de Tartesos fue llamado también “Libico” en la antigüedad, como alusión a los pueblos africanos que poblaron sus alrededores. Hay, por otra parte, mayor identidad entre la escritura tartesia y el egeo-egipcio que entre el tartesio y el griego, el fenicio o cualquier otro alfabeto.
 Egipto estuvo presente en el “País de Occidente” (Hesperia) por la necesidad de los suministros de minerales, unas veces dirigidos por particulares, otras por parte de los mismos faraones, que los ordenaban por mar o por tierra. Costeando Libia, desde la edad de Bronce, se descubrieron las Columnas de Hércules, que quedaron como lugar sagrado, fronterizo con lo desconocido. La ciudad de Almuñécar, la antigua Sexi, es la más antigua de Occidente. Cuando Estrabón relata las tradiciones conservadas acerca de la fundación de Cádiz, indica que la urbe de Sexi ya existía. Con respecto a la navegación se puede considerar que los egipcios eran los maestros, y los fenicios los discípulos, no al revés. No creemos que sea el Sesac de la Biblia (el faraón libio Shoshenk) el referente de la fundación de Sexi. Es demasiado tardío en el tiempo.
La población de la costa granadina ofrece otras pruebas de esta remotísima presencia. En un antiguo manuscrito, del siglo XVII, de la Biblioteca Nacional sobre la ciudad de Almuñécar se dan noticias sobre tumbas de egipcios, especificando claramente que no eran fenicios. El notario de la iglesia levantó un relato exacto del hallazgo. Por otro lado, en el cerro de piedra donde hoy se levanta el templo mayor de la ciudad apareció un ataúd con letras jeroglíficas y siete signos del culto solar, además de otras curiosidades.
Hay otros monumentos antiguos de Almuñécar. Entre ellos, sobre el peñasco que se adentra hacia el mar, había un obelisco o pequeña pirámide (descrito por Al-Idrisi: “edificio cuadrado que parece una columna, ancha en su base y estrecho en su parte superior”) Y allí había antecedentes de arte egipcio muy antiguos: un vaso de piedra con una cartucha de Apopi Auserre, faraón hicso del siglo XVII a. C. El vaso egipcio de Apofis I es de excepcional importancia histórica por ser el documento escrito más antiguo hallado en la península ibérica. El material es mármol gris veteado. En el cuello y en el borde superior lleva sendas inscripciones jeroglíficas referentes al faraón hicso Aauserre Apofis I de la dinastía XV y a su hermana real Charudyet, conocida por primera vez gracias a este hallazgo de Almuñécar. La inscripción circular del borde superior dice: “El dios bueno, señor del doble país, cuyo poder alcanza victorias totales que no hay país exento de rendirle servicio, el rey del alto y bajo Egipto (Aauserre), el hijo de Re (Apofis), dotado de vida, y la hermana real Charudyet, que sea dotada de vida.”




Al excavar una necrópolis de Almuñécar han aparecido varios vasos de alabastro con inscripciones egipcias; el primero, de forma ovoide alargada. A la altura de las asas, lleva inscripción jeroglífica con la cartela del faraón libio Takelot. En las siguientes sepulturas, vasos semejantes que se guardan en el Museo Arqueológico de Granada. Parecen fabricados en Egipto, con signos jeroglíficos, entre los que aparecen cartuchos reales con los nombres de los faraones libios Takelot, Sheshonk y Osorkon. El historiador Gamel-Wallert ha traducido la leyenda del vaso mayor de la primera tumba y el mensaje echa por tierra las explicaciones de que estos vestigios son de manufactura fenicia o mercancía traída por fenicios. Hay que aceptar la presencia de importantes grupos o colonias egipcias en el sur peninsular, en ciudades donde hubo tradiciones o influencias de su nacionalidad primitiva. La agrupación de estos vasos en las tumbas de Sexi sugiere una razón de afinidad étnica o religiosa.



Astarté en el Museo Arqueológico de Sevilla

Por toda España hay hallazgos sorprendentes: una estatuilla sedente de la diosa Astarté, en estilo saita del siglo VIII a. C., en el Museo Arqueológico de Sevilla; una estatuilla de bronce con máscara de oro del dios egipcio Ptah, del siglo VII-VI a. C., en el de Cádiz; otro alabastro con jeroglíficos se halló en las proximidades del río Barbate; pequeños ídolos, amuletos de vidrio y reproducciones de dioses egipcios (uno de ellos, Astés, que en el “Libro de los Muertos” vigila las almas para que sigan su camino) en Cádiz; varios vasos de alabastro en la facultad de Filosofía de Sevilla; una estatuilla del dios egipcio Harsomdus hallada en Barcelona, una figura del dios egipcio Harpocrates descubierta en Andalucía, vasos egipcios de alabastro descubiertos en Torre del Mar y dos urnas gemelas, semejantes a las de Almuñécar, en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid; en el tesoro de Aliseda, aceptado como tartésico, aparece, entre las joyas orientalizantes, una botella de vidrio con inscripciones egipcias; en las islas Baleares, placas votivas asociadas a dioses antiquísimos y una estatuilla egipcia en una taula menorquina.


Melkart caracterizado como Osiris, en el Museo Arquelógico de Cádiz

No puede darse siempre la misma razón (los vestigios egipcios se deben al tráfico comercial fenicio), sino que, más bien, el gusto orientalizante de Tartesos debió de tener un origen en el común vínculo racial. Se aprecian inquietantes coincidencias del arte tartésico con el país del Nilo. En las diademas con un alto cuerpo circular se trata de imitar el “Ureus” faraónico de la corona real. Se halla en los pendientes de algunos tesoros el halcón, símbolo egipcio por excelencia, con orfebrería semejante. 
En las mismas tumbas de Almuñécar han aparecido varios escarabeos, piezas de orfebrería cuya símbolo (el escarabajo) se relaciona con el sol y la inmortalidad. Piezas semejantes surgen por todo el sur peninsular, en Cádiz (anillos con escarabeos), en Emporion (excepcionales, porque se cosían sobre el pecho de las momias y no se hacían para exportarlos fuera de Egipto), en Tarragona, en la cuenca del Ebro, en Portugal (con el nombre de Psamético), en Marruecos (con el signo de Amenofis III).


Museo egipcio de Barcelona

Otro paralelismo singular entre tartesios y egipcios descansa en su concepción religiosa. Egipto ha pasado a la posteridad como el pueblo constructor de monumentos funerarios por excelencia. Sus ritos, su culto a los muertos, su rigurosa preparación para la vida de ultratumba han tenido quizá un rival en las poblaciones megalíticas andaluzas.
El paso de estos “buscadores de metales” de Europa está relacionado, con toda seguridad, con los nuevos ritos funerarios y el culto a los muertos, con una grandeza que no se ha producido en ningún otro momento de la historia. Sus gentes son enterradas en sepulturas subterráneas, en cámaras excavadas en la roca, en grandes salas cubiertas con falsas cúpulas.
Es evidente que estas ansias de inmortalidad o culto a los antepasados –dice Jorge Alonso- tiene un paralelismo con los constructores de pirámides. Algunos historiadores españoles (como Maluquer) han llamado a los cementerios tartesios, como en Egipto, “ciudades de los muertos”, señalando que su esmerada construcción contrasta con la descuidada arquitectura de los poblados.
Estas ideas del más allá, sustentadas por los “metalúrgicos del sur”, hicieron que buena parte de Europa se plagara materialmente de monumentos megalíticos, distintos en aspecto y formato, pero inspirados en el mismo sentimiento ante la muerte. Los expertos reconocen, a regañadientes, que esta influencia religiosa viene con claridad de Egipto y que no es posible cerrar los ojos ante su evidencia.
Entre los cultos religiosos de egipcios y tartesios hay grandes concomitancias. El culto solar determinó en Egipto la elaboración de una teología, relacionada con la construcción de los templos solares de las pirámides. Horus, el dios-halcón, es la divinidad del sol incipiente; Khonsu es el dios lunar de Tebas; Atum, el sol de la tarde, de Heliópolis. La religión asociada a las construcciones megalíticas estaba sin duda relacionada con el culto solar. Cultos a las divinidades solares se fueron extendiendo por el occidente de Europa y se atestiguan con las ruedas y los círculos radiados.
Los mismos ‘targi’, hombres azules del desierto, descienden de Osiris, esto es, los egipcios. En la creencia del tuareg se incluye la adoración de la cruz, otro símbolo solar, de los ritos ígneos, que figura en su alfabeto, en sus armas, en los dibujos de las vestiduras, en el tatuaje de frente y manos. Su dios único es Amanai. También tienen creencias en el infierno y en el paraíso, poblado por ángeles, según los estudios de Pierre Benoit.
En Tartesos también hubo culto solar y culto lunar en numerosos templos y lugares especiales. Algunos han llegado a nuestros días, como el templo de la “Luz del Atardecer”, en el término de Sanlúcar de Barrameda. Su culto perduró hasta bien entrados los tiempos romanos.
Otra conexión importante entre los cultos religiosos egipcios y tartesios se relaciona con las ceremonias que ocurrían en el “País del ocaso”. Suponían los egipcios que el reino de la muerte se hallaba en la extremidad occidental del mundo, la parte misteriosa del universo por donde desaparecía el Sol y se alzaba Venus (Véspero), las comarcas sagradas y tenebrosas a donde iba –como menciona el “Libro de los muertos”- la barca del Sol, conducida por los espíritus del bien, en busca de la residencia de Osiris (el Sol de media noche), una especie de campos Elíseos o islas bienaventuradas (Hespérides).



Taremetchenbastet, en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid

El  “Libro de los muertos” realmente no es un libro con capítulos, sino un conjunto de himnos funerarios “para salir al día”. Primero estuvieron sólo en las tumbas y cámaras funerarias de las pirámides faraónicas, luego, en los sarcófagos de faraones, nobles y altos funcionarios; al final, en papiros o lienzos de lino, incluso en los enterramientos de ciudadanos particulares. Los textos primeros se componían de fórmulas mágicas que describían el viaje del faraón por el inframundo, alejaban los peligros del Duat, ayudaban a superar el juicio de Osiris y aseguraban un feliz más allá con la incorporación a los dioses en el Aaru o paraíso. Se sabía que la temible serpiente Apopi y otros peligros atacaban en el submundo, de noche, la barca solar de Ra, para que éste no pudiera renacer en la mañana. Pero Shu, dios del aire, protegía a Ra y atacaba a la dañina Apopi. Shu era el fiscal de las almas y determinaba si podían vivir en el más allá. Todo dependía de la perfección moral y espiritual. Recordamos que una versión del “Libro de los muertos” se titula ‘Capítulos para perfeccionar el Ka’. Se trata de liberarse de deseos egoístas, de malas voluntades, de pensamientos perversos. Ra e Isis ayudan al Alma para pasar en barco durante las noches terribles. El hombre verdadero tiene una anatomía oculta, psíquica, bien estructurada, libre de deseos (representados en el demonio Apopi y los demonios de Seth). Así, se cumple la iniciación y el Alma traslúcida puede decir: “yo soy Horus”. Isis es la fuerza psíquica que destruye el egoísmo. Quien cumple esto tiene derecho de “llevar la Serpiente en la frente y sentarse como los otros Osiris se sientan”. Estas almas selectas pueden subirse en la sala de las dos Maat para hacer la confesión negativa (el famoso capítulo 125, Papiro de Ani).
 Los auténticos faraones y hombres verdaderos son, por tanto, “hijos de Ra”, “ espíritus seguidores de Horus”. La psicología original, la más antigua, se enseñaba a la sombra de las pirámides y estuvo ligada íntimamente a los principios religiosos: Ra, Horus, Osiris, Isis, Hermes, Anubis se pueden localizar también dentro del ser humano como fuerzas particulares y luminosas de su ‘esencia’. El objetivo era llevar a la esencia a resucitar en Osiris y al Osiris particular a resucitar en su esencia.
Del mismo modo que este ceremonial del “País del ocaso”, las leyendas sobre la Atlántida, escritas en libros históricos por los sacerdotes de Sais, nacieron en Egipto, aunque entraron en nuestra civilización occidental a través de los helenos.
La barca del sol en los viajes de Hércules a Tartesos; la presencia del perro guardián del infierno, hermano del perro que vigilaba los toros de Gerión; los cultos infernales de Tartesos; el gran número de bosques, promontorios e islotes sagrados en las comarcas tartésicas nos revela una cierta identidad entre las liturgias egipcias y tartésicas.
Continuando con la presencia en España de posibles emigraciones egipcias –dice Jorge Alonso-, interesa tener en cuenta dónde y a qué actividades se dedicaron los núcleos de población tartésica más acreditados. Por los testimonios escritos, sabemos que la capital estaba fundada en una isla, rodeada por los brazos del río. La mayor parte del pueblo egipcio residía en el delta del Nilo. La comarca del sur de España, repleta de esteros, brazos, canales, isletas y temperatura subtropical, tenía que ser semejante y se ajustaba a su hábitat de origen.
Desde la ciudad-estado podían penetrar, como los egipcios por el Nilo, hacia el interior del país por vía fluvial para el comercio, la minería y la agricultura en Córdoba y Jaén. Los tartesios serán, como los egipcios, grandes constructores de canales. El mito del rey Habis de Tartesos, echado a las aguas y devuelto sano y salvo, se parece al de Moisés egipcio. El rey Habis ordenó el trabajo entre sus súbditos, dividiéndolos en siete estratos sociales y profesionales. Según el historiador Herodoto, “la nación egipcia está distribuida en siete clases de personas: sacerdotes, guerreros, boyeros, porqueros, mercaderes, intérpretes y marineros.”
Los pueblos que exploraron Almería dejaron sus vestigios en las minas más antiguas: brazaletes, collares y vasos con doble cavidad (vasos de pie) son reliquias egipcias. La presencia, y el viaje de larga distancia, de este pueblo son lógicos, si pensamos en las navegaciones del faraón Snefru (3ª dinastía) al Líbano; del faraón Sahure (5ª dinastía) al país del Punt; la vuelta a Libia de Necos de Egipto; e incluso considerando la vía terrestre norteafricana desde Egipto hasta Iberia.
Para Jorge Alonso, los emigrantes egipcios se anticiparon en varios milenios al resto de los colonizadores del sur de España. Cuando se atribuyen a Roma, a los godos, a los árabes, a las oleadas castellanas ciertas peculiaridades psíquicas y étnicas de los pobladores actuales del sur de España se está, de alguna manera, falseando la cuestión. Porque el principio no está ahí, sino en un pasado mucho más remoto. En Tartesos hubo primero un periodo de formación egipcio, y, luego, coincidente con los “Pueblos del mar” y los hechos de la “Odisea”, una aportación griega; más tarde, otro periodo orientalizante, fenicio, que integra lo egipcio, lo hebreo, fenicio, chipriota, sirio, jónico; por último, el periodo de la nación turdetana, debido a la penetración de bandas célticas y goidélicas desde el norte y noroeste de la península.
La hipótesis del origen egipcio del vaso campaniforme la han mantenido muchos historiadores (Flinders, Bechelette, Vasisnsky, Martínez Santaolalla), al compararlo con el vaso tasiense egipcio. En poco tiempo, la sociedad de los “buscadores de metales” extendió por todo el occidente europeo, hasta la lejana Inglaterra, el vaso campaniforme y la cultura megalítica.
En los monumentos sepulcrales, hay hachas votivas, de semejanza egipcia, en los Millares, fechadas hacia 2150-2080; hay sandalias, cuyo prototipo egipcio se fecha hacia el 2000 a. C.; una alabarda de basalto de tipo egipcio, en un túmulo de Carmona. En las minas, los iberos extraían el agua del fondo de las galerías con “poleas egipcias”.
Al lado de las construcciones megalíticas de los Millares de Almería, gran poblado fortificado, aparecen los primeros puñales de cobre, de tipo egipcio. Entre los objetos de los monumentos funerarios relacionados con los “colonizadores metalúrgicos” de la cultura de El Argar (orillas de río Antas) hay cuchillos de cobre de hoja curva, semejantes a los del tipo de la dinastía XII de Egipto.
El tiempo nos dará nuevas pruebas de estas misteriosas vinculaciones con Egipto, que no es necesario explicar mediante la intervención de un tercer pueblo. ¿Acaso aceptar unos contactos directos con los egipcios va a remover los pilares de la historia? Desde los primeros momentos en que aparecen los monumentos funerarios megalíticos hasta el periodo de colonización romana existen evidencias en España de la influencia cultural egipcia.

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LOS CELTAS EN ANDALUCÍA

Cuando se habla de los celtas de la Península Ibérica, es opinión común situarlos en los actuales territorios de Portugal y Galicia y nombrarlos como celtíberos en las Mesetas Centrales. Pero también es cierto que estuvieron, de forma más dispersa, y se desplazaron por el Pirineo y por los territorios que actualmente se conocen como Cataluña, Extremadura y Andalucía.

Al mismo nombre “Andalucía” cabe atribuirle, de acuerdo con los estudiosos de la lengua, un origen céltico por su primer componente, “Ande”, que en lengua céltica es un adjetivo con sentido aumentativo, que significa “grande”. Coincide asimismo con el nombre de un pueblo de la Galia: los Andes o Andecavos, situado en la actual Anjou. Se refuerza este hecho con lo que dicen los autores antiguos, como Ptolomeo, que menciona una "Bética céltica", o sea, la presencia arraigada de celtas en Andalucía occidental, y hace una amplia descripción de la "Beturia céltica". Hay un territorio entre el río Betis (Guadalquivir) y el río Anas (Guadiana) que ocupaban los celtas. El historiador Plinio explica: "Los 'celtici' venidos de la Lusitania son oriundos de los 'celtiberi', y ello se manifiesta por los ritos religiosos, por la lengua y los nombres de las ciudades..." El elemento celta se extiende así por Badajoz, Huelva y Sevilla, y al sur del Guadalquivir, incluso en Málaga (Acinippo, Ronda la Vieja, y Arunda, Ronda)

Otros datos confirman la importancia de los celtas en esta región (Badajoz, Huelva, Sevilla). Una de las divinidades más importantes de la zona - Ataecina Turobri gensis- es de clara raíz céltica. Lo mismo demuestran los nombres Istolacio e Indortes, enemigos de Amílcar Barca; son los caudillos o "jefes de los celtas" (dice Polibio, el historiador).

Provincia de Huelva

Si nos fijamos en la geografía del norte de Huelva, encontramos la sierra de Andévalo. Este nombre, de acuerdo con la lengua céltica, significa “gran muralla o barrera”, pues "Ande" significa 'grande' y “Valon” significa 'muralla'.

Esto confirma la apreciación del historiador Henri Hubert cuando dice que podemos imaginarnos a los celtas de España, que sólo conquistaron las partes menos favorables, repartidos en formaciones dispersas en medio de las poblaciones ligures y vigilando los Estados ibéricos o tartésicos que poseían una fuerza militar considerable. Por tanto, los celtas se situaban en cadenas montañosas, en ciudades fortificadas como las de Mirobriga y Nertobriga en Sierra Morena, y avanzaban cubriendo con una cadena de puestos el país. Se detuvieron en el límite de los valles ocupados ya por los tartesios y por los iberos. Las sierras del Andévalo y de Sierra Morena marcarían ese gran límite o gran barrera.

Se han encontrado objetos de metalurgia, como espadas, en el fondo de la ría de Huelva, que indican hubo explotaciones metalíferas célticas y comercio por vía marítima entre la Europa atlántica y la mediterránea.

Provincia de Sevilla.

Henri Hubert presta atención al nombre del rey de Tartessos dado por Herodoto. Es “Arganthonios”, quien dio dinero a los foceos para levantar la muralla tras la cual la ciudad de Focea desafió durante largo tiempo a los persas. Tartessos era célebre por sus minas de plata; “Arganthonios” es el rey de la plata. En este mítico nombre se puede reconocer la forma céltica del nombre de la plata “arganto”. O bien había celtas en Tartessos –dice Hubert- o la leyenda focea del rey de la plata está mezclada con elementos célticos. Tal rey vivió 120 años y reinó 80, según Herodoto. Debió reinar entre los años 600 y 700 antes de la era cristiana. Habría de remontarse a esta fecha o a fecha anterior la llegada de los celtas a los territorios del río Betis.

Arganthonios viene a ser, pues, el representante histórico de una casta de guerreros celtas, que dejan estelas funerarias en Tartessos. Sobre este elemento militar descansaba el dominio político de Tartessos en la península. Pudieron haber llegado antes (hacia el siglo IX a. C.) del reinado de Arganthonios. Contaban con las aportaciones de las navegaciones atlánticas y con influencias fenicias.

Por Tartessos se exportaban los metales de la Céltica (oro, cobre, estaño) y cerca de Tartessos están los grupos de túmulos hallados en las pequeñas colinas, los Alcores, que llenan el gran recodo que forma el Guadalquivir antes de desembocar en el mar. Son tumbas de incineración con cerámica de caracteres célticos semejantes a los de Aquitania (Francia). Las tumbas de los Alcores son más antiguas que las necrópolis de Castilla. Hacia el 350, Eforo, en su Historia universal, mostraba la extensión de la Céltica hasta Cádiz.

A orillas del Guadalquivir, antes de su paso por la ciudad de Sevilla, está el nombre del pueblo “Brenes”, relacionado con el antropónimo “Breno”, ostentado por el caudillo galo de una expedición por Macedonia y Tesalia hasta Delfos.

Provincia de Córdoba.

En Córdoba se han encontrado algunos tesoros de orfebrería de carácter céltico en Molino de Marrubial, Almadenes de Pozoblanco y Dehesa del Castillo de Azuel. Nuevamente vemos que se localizan al norte, en lugares montañosos: Pozoblanco, cerca de los Pedroches; Azuel, casi en la frontera con Ciudad Real, y cerca de la Sierra Quintana.

“Estledunum” (Estola), cerca de Luque, al sur de la sierra de Baena, es un nombre de ciudad fortificada, más propio de la segunda etapa de la ocupación céltica de España, por su terminación en “dunum”.

Por otra parte, en Almedinilla, cerca de la frontera con la provincia de Granada, se han encontrado vestigios con características célticas.

Provincia de Jaén.

De acuerdo con la arqueología, elementos celtibéricos se infiltraron desde la meseta central a través de los llanos albaceteños hasta el alto Betis (Guadalquivir).

En Jaén se han hallado otros tesoros de orfebrería céltica en Menjíbar, cerca de la desembocadura del Guadalbullón en el Guadalquivir; en Santisteban del Puerto, al norte de la provincia, cerca del río Montizón, que desemboca en el Guadalén; en Santiago de la Espada, cerca del límite entre las provincias de Jaén, Granada y Albacete, en la sierra de Segura.

El emplazamiento de Menjíbar se adentra hacia el sur, y más al sur se han encontrado otros vestigios de orfebrería con caracteres célticos en Martos, como si los grupos de celtas hubieran seguido en parte el curso del río Guadalbullón.

También en el sur de la provincia de Jaén encontramos el nombre de la sierra “Mágina”, que proviene del céltico “magus”, que significa ‘llanura’.

Provincia de Granada.

Por la sierra de Baza pasa el río de nombre “Gállego”, que vendría de un “gallicus”, acentuado en la A, que denota presencia gala.

En los pueblos de Monachil y Purullena han hallado cerámicas y vestigios que plantean como posible la infiltración de rasgos indoeuropeos, que serían célticos, en un ambiente cultural ajeno, de carácter ibérico.

Henri Hubert habla de la ciudad de Acci, la actual Guadix, que tenía un dios de la guerra llamado “Netos” o “Neto”, culto atestiguado por Macrobio y por dos inscripciones de Portugal (cerca de Coimbra) y de Extremadura (Turgalium, Trujillo). Esta divinidad ha sido considerada céltica, pues los goidelos tenían un dios de la guerra llamado Net. Estos goidelos se relacionan con la cultura de Hallstat y constituyen las primeras oleadas célticas hacia Occidente, las más antiguas, las de Tartessos y los Alcores, las de Cataluña y el Pirineo, las del Franco Condado e Irlanda.

Al sur de la granadina Sierra Parapanda está “Brácana”, cuyo nombre se relaciona con los pueblos célticos que tenían por costumbre utilizar “bracae”, esto es, sus característicos pantalones. (Hay otra “Bracana” cerca de la cordobesa Almedinilla).

Provincia de Almería.

En Villaricos, en la costa mediterránea, se han encontrado sepulturas de incineración en fosas con túmulos de piedra, que denotan presencia céltica, y en la Alpujarra almeriense el nombre de “Andarax” nos remite a la palabra céltica “Ande”, que hemos visto al principio.

Cuando uno hace este trabajo de rastreo, se queda con la sospecha de que quizá haya otros enclaves relacionados con los pueblos célticos: al norte de Huelva, por Sierra Morena, el nombre del pueblo y de las minas de “Cala”; en Granada, el nombre del río “Fardes”, que pasa por Purullena, y el nombre del pueblo “Graena”, con su balneario de aguas termales; en Almería, los nombres de los pueblos “Gergal” y “Antas” parecen tener reminiscencias célticas. Las sospechas o hipótesis se basan en semejanzas con otros nombres de lugar, héroes, dioses, mitos y caudillos históricos de los celtas, pero la semejanza no es suficiente razón para afirmar algo.

Conclusión.

Lo interesante de todos estos enclaves es la inteligencia de los druidas y de los reyes de pueblos que dirigía estos avances. Si uno sigue sobre el mapa o con la imaginación la localización de estos nombres, puede ver que se trazan líneas de avance por el territorio andaluz aprovechando valles, cordilleras, puertos de montaña, partiendo desde Sierra Morena, de acuerdo con una dirigida estrategia encaminada a formar una red de puestos intercomunicados, de tal forma que las informaciones de un extremo a otro, dentro de Hispania e incluso dentro de todala Céltica europea, circularan fluidamente. En Andalucía avanzaron hacia el sur cuando se desmembró y se debilitó Tartessos, no iban a conquistar, sino a buscar regiones más ricas. En definitiva, dejaron testimonio de su presencia y de lo mucho que han tomado de otras civilizaciones (armas ibéricas, vasos griegos, objetos de ajuar de tipo cartaginés, etc) y terminaron mezclados o embebidos por los pueblos ibéricos más numerosos.


(Publicado en El Faro, Motril, 9 abril 2002, y en Valle-Inclán y la filosofía de los druidas, Madrid, Devenir, 2010, y ampliado)


VALLE-INCLÁN Y LA FILOSOFÍA DE LOS DRUIDAS
ISBN: 978-84-92877-06-5 • Rústica con solapas. 132 pp.

SUMARIO. La filosofía de los druidas.- Bibliografía selecta.- Los druidas en el cine.- La Andalucía de los celtas.- Sobre el romance del infante Arnaldos.- Don Ramón del Valle-Inclán, el último druida.- Bibliografía selecta.- Epílogo lírico: Henry Vaughan

Editorial
Del autor

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